¡Claro que sí! Eso es lo que el mundo necesita: padres, o sea papá y mamá.
Desde hace mucho tiempo el mundo está huérfano. Esa es la verdad. Pero... ¿podríamos poner el dedo en la llaga sin que duela? Muy difícil pero habrá que hacerlo a riesgo de cualquier cosa, o mejor dicho de todas las cosas, de todas las críticas y quizás de todas las represalias.
En estos momentos difíciles por los que atravesamos como civilización y como sociedad, hay que decir la verdad, toda la verdad, por dolorosa que esta sea, porque esa es la misión de todo escritor que se precie de serlo. Decir y señalar la verdad es la responsabilidad sagrada de todo aquél que maneja la pluma con seriedad.
Por lo tanto, allá vamos. Y vamos allá cuando ya la vida nos ha llenado de razón, conocimiento y experiencia. De ese conocimiento y esa experiencia que se adquieren cuando ya se ha formado con éxito la segunda y la tercera generación, y se va en camino de formar la cuarta.
Este es un tema delicado, sumamente delicado. Para referirnos a él tenemos que ponernos la toga de la autoridad y el birrete de la sapiencia, una y otro adquiridos en la Universidad de la Vida, en el laboratorio de la propia familia y en la observación cuidadosa del mundo exterior, de las vivencias de los demás, de sus problemas, de sus sufrimientos, de sus triunfos, de sus fracasos, y de nuestros propios fracasos-
Dios nos ha permitido cumplir con nuestra tarea, modesta y humildemente. Podemos ver sus frutos. También hemos aprendido mucho de nuestros errores, faltas y equivocaciones, lamentables por cierto. Precisamente por eso es que podemos dar un buen consejo y al mismo tiempo una voz de alarma.
Los distintos y variados horizontes oteados a lo largo de la vida, en diferentes geografías, han permitido la gestación de un mensaje que, madurado y añejado en largas horas de meditación, reflexión, oración y experiencias alegres y dolorosas, ahora se derrama de su vaso de barro para compartirlo con ustedes. Parece que todavía hay tiempo para grandes cambios y eso nos llena de esperanza.
Si usted, querido lector o lectora, así lo quiere y así lo siente, le aconsejo que abra su entendimiento para que comprenda; agudice su oído para que oiga y limpie sus ojos para que vea todo lo que hay que comprender, oír y ver.
Recuerde quienes son los peores sordos y quiénes son los peores ciegos, y pida a Dios sabiduría, el cual da a todos abundantemente y sin reproche y le será dada . Entonces, no solamente comprenderá la verdad, sino que la vivirá. Hasta podriamos decir que ella se metera en el pan que come.
Cuando eso suceda, el mundo se lo agradecerá. ¿Estamos de acuerdo? Si la respuesta es «sí», entonces sigamos adelante.
Desde hace mucho tiempo el mundo está huérfano. Esa es la verdad. Pero... ¿podríamos poner el dedo en la llaga sin que duela? Muy difícil pero habrá que hacerlo a riesgo de cualquier cosa, o mejor dicho de todas las cosas, de todas las críticas y quizás de todas las represalias.
En estos momentos difíciles por los que atravesamos como civilización y como sociedad, hay que decir la verdad, toda la verdad, por dolorosa que esta sea, porque esa es la misión de todo escritor que se precie de serlo. Decir y señalar la verdad es la responsabilidad sagrada de todo aquél que maneja la pluma con seriedad.
Por lo tanto, allá vamos. Y vamos allá cuando ya la vida nos ha llenado de razón, conocimiento y experiencia. De ese conocimiento y esa experiencia que se adquieren cuando ya se ha formado con éxito la segunda y la tercera generación, y se va en camino de formar la cuarta.
Este es un tema delicado, sumamente delicado. Para referirnos a él tenemos que ponernos la toga de la autoridad y el birrete de la sapiencia, una y otro adquiridos en la Universidad de la Vida, en el laboratorio de la propia familia y en la observación cuidadosa del mundo exterior, de las vivencias de los demás, de sus problemas, de sus sufrimientos, de sus triunfos, de sus fracasos, y de nuestros propios fracasos-
Dios nos ha permitido cumplir con nuestra tarea, modesta y humildemente. Podemos ver sus frutos. También hemos aprendido mucho de nuestros errores, faltas y equivocaciones, lamentables por cierto. Precisamente por eso es que podemos dar un buen consejo y al mismo tiempo una voz de alarma.
Los distintos y variados horizontes oteados a lo largo de la vida, en diferentes geografías, han permitido la gestación de un mensaje que, madurado y añejado en largas horas de meditación, reflexión, oración y experiencias alegres y dolorosas, ahora se derrama de su vaso de barro para compartirlo con ustedes. Parece que todavía hay tiempo para grandes cambios y eso nos llena de esperanza.
Si usted, querido lector o lectora, así lo quiere y así lo siente, le aconsejo que abra su entendimiento para que comprenda; agudice su oído para que oiga y limpie sus ojos para que vea todo lo que hay que comprender, oír y ver.
Recuerde quienes son los peores sordos y quiénes son los peores ciegos, y pida a Dios sabiduría, el cual da a todos abundantemente y sin reproche y le será dada . Entonces, no solamente comprenderá la verdad, sino que la vivirá. Hasta podriamos decir que ella se metera en el pan que come.
Cuando eso suceda, el mundo se lo agradecerá. ¿Estamos de acuerdo? Si la respuesta es «sí», entonces sigamos adelante.