El siglo XXI conducirá o bien al entendimiento intercultural e interreligioso de los seres humanos, o bien ni llegará a su fin. Como nunca antes, la historia de la humanidad se enfrentara al desafío de poner su convivencia y con la naturaleza y el cosmos sobre fundamentos totalmente inéditos, algo que las generaciones anteriores ni podían adivinar. El proceso de la globalización nos acerca física, virtual y mediáticamente unos/as a otro/as, pero no nos ayuda en la tares de cómo deberíamos diseñar este acercamiento. Muchos indicios más bien señalan una dirección opuesta: no somos capaces de construir de manera sostenible y humana-cósmica la convivencia intercultural e interreligiosa. Muchos/as se repliegan a sus fortalezas conocidas (fundamentalismos), crean mundos paralelos (escapismos), o se llega al conflicto abierto y al terror que nos deja a diario sin aliento. Para América Latina, se plantea, además, la tarea urgente de la descolonización de la vida intelectual, cultural y política, de la que la iglesia y la teología no forman excepción. En los dos símbolos de Cruz y Coca es que se quiere proyectar una retrospectiva de lo que significó la hibridación y una prospectiva en el enfoque intelectual crítico, que apuesta por el entendimiento entre los pueblos, por el diálogo intercultural e interreligioso, por un mundo en que quepan todos y todas, también la Naturaleza, y por un proceso profundo de descolonización que se debe traducir, en el campo de la religión y teología, en deshelenización y desoccidentalización.
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