Prefacio: Erotismo, ética y poesía1
Aparentemente disperso y heterogéneo, este libro del prolífico y versátil escritor colombiano Alberto Baquero Nariño, lo atraviesan, de una a otra punta, tres coordenadas universales, que, amistosamente, se articulan y complementan: erotismo, ética y poesía. Priva el primero, esa territorialidad “donde se atalayan los misterios y la vida encuentra explicación”. El referente real: El vasto espacio cultural de los Llanos de Colombia. Como si el eje de lo étnico fuese lo que el Arcipresta de Hita considera uno de las dos grandes motivaciones de la humanidad: “la otra cosa… juntar con fembra plazentera”, “relinchos de ardentía” en palabras de Baquero, ámbito de lo sacro y lo lúdico, con su específico toquecito de ética o leyes. Una gozosa e intemperante vigilia asiste al narrador tras sus convicciones alcaravánicas, placer sano, faena recia, querencias, solaz íntimo. Energías étnicas para el mantenimiento y el vuelo sin traumas, flagrantemente subestimadas por una horra burocracia. Véase la malicia “la sorna risueña del llanero”, echada a la papelera a cambio de cierta metástesis que corroe la persistencia de un ethos legítimo. La súbita riqueza que esbarranca picardías hispánicas, mestizas, negras, indias, exponiéndolas a escenarios que devienen en “salto triste” o “ratón moral”. La sanción étnica se inviste de gracia y autenticidad, como ocurre, al parecer, entre la tropa emergente de Guadalupe Salcedo, las fogosas travesías de la enigmática María López o la lección de Juan Camejo autoabastándose consigo mismo, a modo de señal extrema contra tanta dependencia. Tiempo fuerte no incompatible con el discurrir cotidiano “ritmo pausado de golpe antiguo”, lo sentimental llanero, el candor nocturno de un espacio polinizado por el estro angelical del aeda de Carmentea, recuperable sólo en versaciones como la que estamos comentando o tenidas bajo los caneyes como este, en que el autor acoge encantamientos que creíamos arrumbados definitivamente al temblor de los caminos. Una estética procura acomodarse en el acabado de frases, párrafos, coplas, versos de arte mayor, figuras, dichos del pueblo, Una fluencia, que va retornando cada hecho, cada talla, cada sitio, hacia su rango posible de “genio y señorío”. Zapata Olivella que percibe, en esta obra, “personas de hoy convertidas en mito”, queriendo quizá, decir sitios, momentos, hechos, personajes, siempre expuestos a esa magia con que el llano asume hasta la más incontrovertible realidad. Hasta un recodo tan extremadamente prosaico como el fogón “donde todo se dirime”. Agente de etnicidad, el autor es portavoz de “ansias de continuidad” de tiempo primario (prellanero y llanero), “horizonte ancestral”, “equilibrio del cosmos”, esencia, de pronto, nucleada en el cuerpo humano, ya de apetecible mujer, plantajes rotundos, “patrones de heredad” hechos uno con la tierra, “silencioso pacto”, sin rebusques, aditamentos ni matices, en ese “epicentro” que el autor no deja de asociar con las cosas más anheladas. Vitalidad pronta a reconstruirse cada vez que nos acodamos a los más hondos latidos.
Adolfo Rodríguez, Director Centro de Estudios del Llano, U Rómulo Gallegos, Guárico. Historiador y escritor.
Aparentemente disperso y heterogéneo, este libro del prolífico y versátil escritor colombiano Alberto Baquero Nariño, lo atraviesan, de una a otra punta, tres coordenadas universales, que, amistosamente, se articulan y complementan: erotismo, ética y poesía. Priva el primero, esa territorialidad “donde se atalayan los misterios y la vida encuentra explicación”. El referente real: El vasto espacio cultural de los Llanos de Colombia. Como si el eje de lo étnico fuese lo que el Arcipresta de Hita considera uno de las dos grandes motivaciones de la humanidad: “la otra cosa… juntar con fembra plazentera”, “relinchos de ardentía” en palabras de Baquero, ámbito de lo sacro y lo lúdico, con su específico toquecito de ética o leyes. Una gozosa e intemperante vigilia asiste al narrador tras sus convicciones alcaravánicas, placer sano, faena recia, querencias, solaz íntimo. Energías étnicas para el mantenimiento y el vuelo sin traumas, flagrantemente subestimadas por una horra burocracia. Véase la malicia “la sorna risueña del llanero”, echada a la papelera a cambio de cierta metástesis que corroe la persistencia de un ethos legítimo. La súbita riqueza que esbarranca picardías hispánicas, mestizas, negras, indias, exponiéndolas a escenarios que devienen en “salto triste” o “ratón moral”. La sanción étnica se inviste de gracia y autenticidad, como ocurre, al parecer, entre la tropa emergente de Guadalupe Salcedo, las fogosas travesías de la enigmática María López o la lección de Juan Camejo autoabastándose consigo mismo, a modo de señal extrema contra tanta dependencia. Tiempo fuerte no incompatible con el discurrir cotidiano “ritmo pausado de golpe antiguo”, lo sentimental llanero, el candor nocturno de un espacio polinizado por el estro angelical del aeda de Carmentea, recuperable sólo en versaciones como la que estamos comentando o tenidas bajo los caneyes como este, en que el autor acoge encantamientos que creíamos arrumbados definitivamente al temblor de los caminos. Una estética procura acomodarse en el acabado de frases, párrafos, coplas, versos de arte mayor, figuras, dichos del pueblo, Una fluencia, que va retornando cada hecho, cada talla, cada sitio, hacia su rango posible de “genio y señorío”. Zapata Olivella que percibe, en esta obra, “personas de hoy convertidas en mito”, queriendo quizá, decir sitios, momentos, hechos, personajes, siempre expuestos a esa magia con que el llano asume hasta la más incontrovertible realidad. Hasta un recodo tan extremadamente prosaico como el fogón “donde todo se dirime”. Agente de etnicidad, el autor es portavoz de “ansias de continuidad” de tiempo primario (prellanero y llanero), “horizonte ancestral”, “equilibrio del cosmos”, esencia, de pronto, nucleada en el cuerpo humano, ya de apetecible mujer, plantajes rotundos, “patrones de heredad” hechos uno con la tierra, “silencioso pacto”, sin rebusques, aditamentos ni matices, en ese “epicentro” que el autor no deja de asociar con las cosas más anheladas. Vitalidad pronta a reconstruirse cada vez que nos acodamos a los más hondos latidos.
Adolfo Rodríguez, Director Centro de Estudios del Llano, U Rómulo Gallegos, Guárico. Historiador y escritor.