Este gigantesco monolito —del que se ha mantenido representa a la deidad de la lluvia de los antiguos pobladores del México pre-columbino— fue trasladado desde la población de San Miguel de Coatlinchán, Estado de México, ubicada a unos 50 kilómetros del sitio del museo y hacia al oriente de la Ciudad de México. Hoy, mientras el monolito es una de las mayores y más populares atracciones en la gigantesca urbe, el pequeño pueblo que contribuyó con esta gran piedra al acervo arqueológico del país hace cinco décadas, lamenta la pérdida económica y cultural que significó la partida de Tláloc.
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