El escritor grancanario Víctor Doreste le dedicó, en enero de 1955, una sentida crónica al tinerfeño Leoncio Rodríguez, a raíz de su fallecimiento. En ella se resume el profundo afecto que se le profesaba en Gran Canaria: «Nunca tuve más cerca de mí a Leoncio Rodríguez, que esta larga noche que me hace oír el gañido de un perro, insomne como yo, mordiendo el silencio de las azoteas. Mi habitación huele a árboles, y el alto techo parece fronda, y es umbroso el aire. Y yo tengo a Leoncio Rodríguez en mis manos, abierto en libro. Y me parece que está él en mí, y yo en él, más que la última vez que le viera en su Santa Cruz, en una recoleta mesa del Águila […] Que tu cuerpo sea ungido con las más perfumadas resinas de Tágara, y tu sangre se confunda, en el hondón de tu reposo, con la sangre del Drago. Que ya debes estar en el gran secreto, a nosotros vedado, de la Germinación. ¡Leoncio Rodríguez; biógrafo de árboles!».
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