El término educación proviene del latín y tiene por lo menos dos étimos: educere y educare, siendo el segundo derivado del primero. Educere hace referencia a sacar o extraer lo que existe en potencialidad en el sujeto de educación o educando, mientras que educare significa formar, instruir y guiar en una dirección determinada. Si bien históricamente la práctica educativa formal en todo el mundo se ocupó más de la transmisión y guía que de la explotación o extracción (perdón por los términos…) de las potencialidades intelectuales, culturales, morales, estéticas del educando, ello de ninguna manera resta tensión a la propia base etimológica del término ni a su práctica. Al definir a la educación como un proceso multidireccional y multiformato a través del cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar; o de vinculación y concientización cultural, moral y conductual; o de socialización formal de los individuos de una sociedad, en realidad lo único que estamos describiendo es, hasta ahora, como se resolvió esa tensión en líneas generales: mucho educare y poco educere. Imagine a un adulto frente a un niño o adolescente preguntando “¿así que usted piensa?”. Ahora imagine la misma escena, pero ahora el adulto indicando “¡…que usted piense así!”. Finalmente, imagine el siguiente diálogo “usted, ¿qué piensa?... ¡Ah, si!”. Mismas palabras, diferentes significados. ¿En dónde se sentiría más confortable usted? ¿En dónde querría que estén sus hijos? Lo que solo parece un juego de palabras simpático, es una línea divisoria de la disciplina, que vuelca aguas hacia diferentes valles a partir de las cuales se han erigido bibliotecas enteras, ambas igualmente persuasivas y fundamentadas. Esa diferencia de apariencia pequeña y casi insignificante, extendida a una sociedad y llevada a siglos de práctica, es la que hace de la educación un terreno basto, complejo y en tensión permanente, al que no le faltan ni escritos, ni teorías, ni pensadores, ni practicantes, ni denunciantes, ni profetas. Escribir sobre educación es, por lo tanto, internarse en este territorio siempre inconcluso, siempre en tensión, que aún ha visto poco educere y del que todos hablan y nadie es dueño, ni Sarmiento, ni Estrada, ni el Ministro, ni el abanderado, ni los núcleos de aprendizajes prioritarios del último plan de estudios. La propia complejidad de la práctica educativa es la que genera las fisuras por donde me cuelo. Y lo hago para hablar de una disciplina que cambia la vida de la gente y de las sociedades.
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