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    Sobre los principios de la naturaleza

    Por Santo Tomás De Aquino

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    La materia, la forma y la privación son necesarias, pero no suficientes, para comprender el cambio y para que éste se pueda producir en la realidad exterior al entendimiento, sea el cambio sustancial o el accidental. La forma, que todavía no está, no puede producirlo. Tampoco la materia, a la que por sí misma correspondería seguir siendo materia de la cosa anterior. Menos aún la privación, que es un no ser relativo.
    ¿Cómo puede entonces cambiar algo? Por fuerza ha de haber algún otro principio además de los ya señalados, un principio que haga que sea real lo que es solo posible. Tal principio debe ser activo, porque ni la materia, ni la forma, ni la privación lo son por sí mismas. El papel de ese principio habrá de consistir en hacer que la materia, que en un momento dado no es algo determinado, lo sea en el momento siguiente, lo cual requerirá la realización de eso mismo, de la forma, que por sí no puede empezar a existir. Ni la materia ni la forma pueden dar ese paso.
    Cuando se genera una forma en una materia, cuando algo llega a ser algo que no era antes, es porque ha intervenido otro principio, que Tomás llama motor, agente o eficiente. Este es el que pone en marcha la generación de la cosa. Por su acción se genera una sustancia nueva o un accidente nuevo en una sustancia ya existente. Se genera el bronce o se genera la esfera en este bronce. El motor o causa eficiente lo es mientras dura la producción del nuevo ser. Ni antes ni después es motor.
    Mas no basta tampoco con la causa eficiente. Santo Tomás dice que hay dos clases de agentes, unos que tienen voluntad y otros que no. Los primeros disponen de deliberación para decidirse por aquello que quieren. Los segundos carecen de ella, lo que no impide que también ellos obren con vistas a un fin. Un buen citarista, que tras una larga práctica toca la cítara bien y sin esfuerzo aparente, no tiene que pararse a pensar en cada percusión cuál ha de ser la próxima, sino que pasa a ella sin deliberación, pues de lo contrario se producirían silencios entre ellas, con la consiguiente distorsión de la melodía. Este ejemplo, que propone Avicena para interpretar a Aristóteles, muestra que la distinción entre seres que obran con deliberación y seres que obran sin ella no es una objeción para quien piense que todos obran con un fin. La naturaleza es un buen citarista y todos los seres que en ella habitan obran movidos por una causa eficiente con vistas a un fin.
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