La metamorfosis de Tunupa es un poemario que reúne poemas políticos, por así decirlo, en el sentido pleno de la palabra, como siempre aclaramos; es decir, como suspensión de los mecanismos de dominación. Tunupa, deidad andina o, mejor dicho, símbolo mitológico de la conjunción de fuerzas fundamentales, creadoras del universo, es la figura metafórica del devenir. Con toda la energía inmensa, inconmensurable, que se transforma en mutaciones insaciables. Por otra parte, Tunupa juega, es lúdico, despliega humor alegre y ataca con ironías; se ríe, danza y canta. Es bromista y le encanta el arte de la mimesis, no para auto-engañarse, ni para engañar, como lo hacen los émulos del Ekeko, sino para comunicarse con los plurales seres, inventados por fuerzas primordiales desencadenadas en el big-bang.
En contraste, como burla sórdida, aparece la imitación que lo remeda grotescamente, el Ekeko. Interpretación colonial de Tunupa. Que convierte a la alegoría mutante de Tunupa en un descuajeringado fetiche de la banalidad moderna. El Ekeko, entonces, significa la decadencia de las sociedades modernas, embarcadas en el deleite provisorio del consumo compulsivo de mercancías desechables. También expresa las miserias de políticos demagogos, que incluso hablan, sin entender, de cosmovisiones andinas; reducidas, claro está, a sus imaginarios oxidados y limitados. El Ekeko es como el Dios de la clase política, de la burguesía especuladora, de los que persiguen el dinero, creyendo que es la llave del paraíso, cuando es boleto de viaje al desmoronamiento ético y moral, a la caída irremediable en la decadencia.
Por eso, se contrastan dos itinerarios completamente distintos; el de Tunupa, que deviene ciclos vitales y existenciales, de transformaciones de energía y materia, sugeridas por cuerdas vibrantes, cuyas ondas ocasionan diferentes notas, dando lugar a diferentes materias. Tunupa es alegre como la vida misma, toma sus viajes placenteramente, como danzas seductoras. En cambio Ekeko es sórdido, mezquino, refugiado en sus miedos, defendiéndose con sus prejuicios y pregonando éxtasis banales, es la subjetividad atormentada misma, barroca, del hombre atrapado en la codicia.
El poemario comienza con Ciclo de Tunupa, pintando un cuadro figurativo del acontecimiento en devenir. Le sigue La pregunta náufraga, que es la pregunta que se hace en la encrucijada y el dilema de ¿cómo vivir? Entregados a la ilusión de las banalidades o liberando la potencia contenida en los cuerpos. El poema Así son los asesinos, está dedicado a las comunidades ácratas kurdas, a los combatientes libertarios, sobre todo a las mujeres liberadas de machismos y de dominaciones patriarcales. El poema Tristeza de valiente alegría, se dedica a una mujer aymara, joven, que ganó la alcaldía de la Ciudad de El Alto, en elecciones, al partido oficialista, embarcado en la decadencia bochornosa de la corrupción. No es anarquista, sino más bien, institucionalista, no lucha por el autogobierno y la autogestión, en contra de los poderes establecidos, el Estado, las iglesias, el patriarcado; sin embargo, su honestidad en lo que cree, una democracia formal, una institucionalidad consolidada, la han convertido, a los ojos de los jóvenes alteños, en icono contra la corrupción y el despotismo desvergonzado del partido oficialista. Por eso decimo, también la honestidad debe ser reconocida en la larga lucha emprendida por nuestros abuelos, retomada por el proletariado nómada, por los pueblos indígenas, por lo nacional-popular impoluto, por las mujeres rebeldes y otras subjetividades diversas. Sigue Laberinto y soledad, un poema interpelador del caudillo, entrampado en las redes tortuosas del poder y en las burbujas ceremoniales de la adulación institucionalizada. Después vine Avanzo, un poema convocativo y de apoyo a las nuevas generaciones de luchas, sueltas, alegres, sin “vanguardias”, ni pretensiones de poder.
En contraste, como burla sórdida, aparece la imitación que lo remeda grotescamente, el Ekeko. Interpretación colonial de Tunupa. Que convierte a la alegoría mutante de Tunupa en un descuajeringado fetiche de la banalidad moderna. El Ekeko, entonces, significa la decadencia de las sociedades modernas, embarcadas en el deleite provisorio del consumo compulsivo de mercancías desechables. También expresa las miserias de políticos demagogos, que incluso hablan, sin entender, de cosmovisiones andinas; reducidas, claro está, a sus imaginarios oxidados y limitados. El Ekeko es como el Dios de la clase política, de la burguesía especuladora, de los que persiguen el dinero, creyendo que es la llave del paraíso, cuando es boleto de viaje al desmoronamiento ético y moral, a la caída irremediable en la decadencia.
Por eso, se contrastan dos itinerarios completamente distintos; el de Tunupa, que deviene ciclos vitales y existenciales, de transformaciones de energía y materia, sugeridas por cuerdas vibrantes, cuyas ondas ocasionan diferentes notas, dando lugar a diferentes materias. Tunupa es alegre como la vida misma, toma sus viajes placenteramente, como danzas seductoras. En cambio Ekeko es sórdido, mezquino, refugiado en sus miedos, defendiéndose con sus prejuicios y pregonando éxtasis banales, es la subjetividad atormentada misma, barroca, del hombre atrapado en la codicia.
El poemario comienza con Ciclo de Tunupa, pintando un cuadro figurativo del acontecimiento en devenir. Le sigue La pregunta náufraga, que es la pregunta que se hace en la encrucijada y el dilema de ¿cómo vivir? Entregados a la ilusión de las banalidades o liberando la potencia contenida en los cuerpos. El poema Así son los asesinos, está dedicado a las comunidades ácratas kurdas, a los combatientes libertarios, sobre todo a las mujeres liberadas de machismos y de dominaciones patriarcales. El poema Tristeza de valiente alegría, se dedica a una mujer aymara, joven, que ganó la alcaldía de la Ciudad de El Alto, en elecciones, al partido oficialista, embarcado en la decadencia bochornosa de la corrupción. No es anarquista, sino más bien, institucionalista, no lucha por el autogobierno y la autogestión, en contra de los poderes establecidos, el Estado, las iglesias, el patriarcado; sin embargo, su honestidad en lo que cree, una democracia formal, una institucionalidad consolidada, la han convertido, a los ojos de los jóvenes alteños, en icono contra la corrupción y el despotismo desvergonzado del partido oficialista. Por eso decimo, también la honestidad debe ser reconocida en la larga lucha emprendida por nuestros abuelos, retomada por el proletariado nómada, por los pueblos indígenas, por lo nacional-popular impoluto, por las mujeres rebeldes y otras subjetividades diversas. Sigue Laberinto y soledad, un poema interpelador del caudillo, entrampado en las redes tortuosas del poder y en las burbujas ceremoniales de la adulación institucionalizada. Después vine Avanzo, un poema convocativo y de apoyo a las nuevas generaciones de luchas, sueltas, alegres, sin “vanguardias”, ni pretensiones de poder.