Eres ya un adolescente. Tus trece, catorce o quince años, te han introducido en un mundo apa-sionante y temible a la vez. Te agrada ser ya alto, fornido, superior a los demás niños de tu colegio que aún juegan infantilmente. Ya no crees en muchas cosas de la infancia, e incluso has perdido el respeto a ciertas personas mayores que antes te resultaban incuestionables. Pero han nacido en ti las dudas, el miedo al futuro, la angustia al no sa-ber cuál va a ser tu destino en la vida.
Y en tu cuerpo, antes juguetón y despreocupa-do, han tenido lugar últimamente tantos cambios y modificaciones que te sobresaltan. Creces desi-gualmente, la voz es más dura que hace uno o dos años, pero no acaba de virilizarse, y te parece, para colmo de males, que todos los adultos se percatan de tu desigualdad y se ríen de ti.
Y con las niñas que antes eran simplemente tus amiguitas en el juego, en la clase o en el ba-rrio, te comportas ahora de una manera entre pícara y reservada, curiosa y lejana. Han nacido en ti ideas, pensamientos y proyectos nuevos.
Y en tu cuerpo, antes juguetón y despreocupa-do, han tenido lugar últimamente tantos cambios y modificaciones que te sobresaltan. Creces desi-gualmente, la voz es más dura que hace uno o dos años, pero no acaba de virilizarse, y te parece, para colmo de males, que todos los adultos se percatan de tu desigualdad y se ríen de ti.
Y con las niñas que antes eran simplemente tus amiguitas en el juego, en la clase o en el ba-rrio, te comportas ahora de una manera entre pícara y reservada, curiosa y lejana. Han nacido en ti ideas, pensamientos y proyectos nuevos.