En La economía del hidrógeno, Jeremy Rifkin nos acompaña, en un viaje revelador, a otra gran era comercial de la historia. Rifkin prevé el nacimiento de una nueva economía basada en el hidrógeno, que cambiará radicalmente la naturaleza de nuestras instituciones sociales, políticas y mercantiles, al igual que hicieron la energía del carbón y del vapor al comienzo de la era industrial. Rifkin observa que nos acercamos rápidamente a un punto crítico en la era de los combustibles fósiles, de consecuencias potencialmente desastrosas para la civilización industrial. Si hasta ahora los expertos habían dicho que todavía nos quedaba petróleo crudo disponible para cuarenta años, más o menos, algunos de los principales geólogos actuales han comenzado a sugerir que la producción global podría tocar techo e iniciar un descenso continuado mucho más temprano, quizás a finales de la primera década del nuevo siglo. Los países productores no pertenecientes a la OPEP se están acercando ya a su techo de producción, lo que deja la mayor parte de las reservas restantes en los países de Oriente Medio, marcados por la inestabilidad política. Y las crecientes tensiones entre el Islam y Occidente dificultarán probablemente aún más nuestra posibilidad de acceder al petróleo a un precio asequible.
Sin embargo, Rifkin afirma que está naciendo un nuevo régimen energético capaz de reconstruir nuestra civilización sobre bases radicalmente nuevas. La economía del hidrógeno hará posible una profunda redistribución del poder, de amplias consecuencias para la sociedad occidental. El actual flujo centralizado y vertical de la energía, controlado por las compañías de servicios y las compañías petroleras globales, quedará obsoleto. En la nueva era, dice Rifkin, todos los seres humanos podrán ser a la vez productores y consumidores de su propia energía.
Sin embargo, Rifkin afirma que está naciendo un nuevo régimen energético capaz de reconstruir nuestra civilización sobre bases radicalmente nuevas. La economía del hidrógeno hará posible una profunda redistribución del poder, de amplias consecuencias para la sociedad occidental. El actual flujo centralizado y vertical de la energía, controlado por las compañías de servicios y las compañías petroleras globales, quedará obsoleto. En la nueva era, dice Rifkin, todos los seres humanos podrán ser a la vez productores y consumidores de su propia energía.