Escribe el periodista italiano Indro Montanelli, en sus Memorias, que para un buen gallego el tiempo perdido es siempre tiempo ganado. Todo lo que se pueda escribir del sacerdote don Francisco Froján Madero, gallego de Caldas de Reis (Pontevedra), es letra perdida en comparación con la realidad de su vida y de su ministerio.
Antes que se ordenara sacerdote y que pisara barro —camino, en suma— en el pueblo de San Cibrán de Aldán, estudió Ciencias Biológicas en la Universidad de Santiago. Fascinado por el misterio de Dios y de Jesucristo, profundizó con sus estudios en la realidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y se doctoró en la también Pontificia Universidad de Salamanca. Pero la fecundidad de su entrega a la causa del Evangelio, a la que no escatima ni tiempos perdidos ni tiempos ganados, se hizo, vida para quien esto escribe cuando siendo un estudiante en Salamanca, Francis Froján, en su calidad de Delegado de Pastoral Universitaria de la archidiócesis de Santiago de Compostela, visitaba a sus jóvenes universitarios en clima y con palabra de aliento, sinceridad y confianza. Y ya metido en arenas institucionales, sólo resta reseñar que fue miembro del Comité Organizador de la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela y coodinador general de la Peregrinación Europea de Jóvenes en los años santos de 1993 y 1999.
Ahora, su entrega a la Iglesia ha tomado otros derroteros, en la lejanía de su tierra natal, de sus seres queridos, y en la cercanía del servicio al redivivo apóstol Pedro. Allí donde está Pedro, está la Iglesia.
De Juan Pablo II, y del hombre, camino de la Iglesia, nos ha escrito don Francisco Froján Madero.
El siglo XIX abrió sus puertas con el nacimiento de la llamada “cuestión social”, derivada de los graves problemas sociales del momento, sobre todo del fenómeno emergente de la industrialización, a los cuales la Iglesia buscó dar la respuesta adecuada, según los criterios evangélicos. Se gestó de tal modo la concepción moderna de la Doctrina Social de la Iglesia.
La evolución de esta doctrina de carácter universal y su posterior desarrollo a través de distintos documentos constituyó la respuesta eclesial a los nuevos problemas sociales de la humanidad en su afán de servir a la promoción integral de la persona.
Juan Pablo II ha ido encaminando su Pontificado, a lo largo de estos veinticinco años, bajo la enseña de la persona humana. El tema del ser humano, su dignidad y su quehacer ético constituyen el corazón de su doctrina y el fundamento del nuevo humanismo.
En definitiva, con la presente obra, el autor nos introduce en el estudio de los fundamentos antropológicos del Magisterio Social de Juan Pablo II y las implicaciones éticas que ése conlleva, centrando preferentemente su atención en su primer documento de carácter social, la encíclica Laborem exercens, la cual contiene las líneas directrices que el Papa desarrollará posteriormente en otros documentos de su Pontificado.
Antes que se ordenara sacerdote y que pisara barro —camino, en suma— en el pueblo de San Cibrán de Aldán, estudió Ciencias Biológicas en la Universidad de Santiago. Fascinado por el misterio de Dios y de Jesucristo, profundizó con sus estudios en la realidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y se doctoró en la también Pontificia Universidad de Salamanca. Pero la fecundidad de su entrega a la causa del Evangelio, a la que no escatima ni tiempos perdidos ni tiempos ganados, se hizo, vida para quien esto escribe cuando siendo un estudiante en Salamanca, Francis Froján, en su calidad de Delegado de Pastoral Universitaria de la archidiócesis de Santiago de Compostela, visitaba a sus jóvenes universitarios en clima y con palabra de aliento, sinceridad y confianza. Y ya metido en arenas institucionales, sólo resta reseñar que fue miembro del Comité Organizador de la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela y coodinador general de la Peregrinación Europea de Jóvenes en los años santos de 1993 y 1999.
Ahora, su entrega a la Iglesia ha tomado otros derroteros, en la lejanía de su tierra natal, de sus seres queridos, y en la cercanía del servicio al redivivo apóstol Pedro. Allí donde está Pedro, está la Iglesia.
De Juan Pablo II, y del hombre, camino de la Iglesia, nos ha escrito don Francisco Froján Madero.
El siglo XIX abrió sus puertas con el nacimiento de la llamada “cuestión social”, derivada de los graves problemas sociales del momento, sobre todo del fenómeno emergente de la industrialización, a los cuales la Iglesia buscó dar la respuesta adecuada, según los criterios evangélicos. Se gestó de tal modo la concepción moderna de la Doctrina Social de la Iglesia.
La evolución de esta doctrina de carácter universal y su posterior desarrollo a través de distintos documentos constituyó la respuesta eclesial a los nuevos problemas sociales de la humanidad en su afán de servir a la promoción integral de la persona.
Juan Pablo II ha ido encaminando su Pontificado, a lo largo de estos veinticinco años, bajo la enseña de la persona humana. El tema del ser humano, su dignidad y su quehacer ético constituyen el corazón de su doctrina y el fundamento del nuevo humanismo.
En definitiva, con la presente obra, el autor nos introduce en el estudio de los fundamentos antropológicos del Magisterio Social de Juan Pablo II y las implicaciones éticas que ése conlleva, centrando preferentemente su atención en su primer documento de carácter social, la encíclica Laborem exercens, la cual contiene las líneas directrices que el Papa desarrollará posteriormente en otros documentos de su Pontificado.