Esta propuesta, que toma elementos de los clásicos Clerambault, Henri Ey, Kraepelin, Freud, Lacan, Bowlby, Fromm, Frankl y no tan clásicos Dwelshauvers, Guidano, Maturana, Vidal, Moizeszowicz y Marietán, entre otros, invita a dibujar una secuencia en la que las escenas, con total impuntualidad, se suceden en un impreciso continuo del tiempo para dar forma a una obra surrealista, la experiencia alucinatorio-delirante.
El punto de partida es el conflicto, dominio de dos instancias que tienen lugar con fines separados. El primer momento de conflicto se remonta a aquellos tiempos en los que se da origen a la estructura del individuo, de acuerdo a sus posibilidades biológicas, a las formas de sus relaciones vinculares y a las situaciones generales planteadas en su entorno. El segundo momento de conflicto llega con una situación que le supone al sujeto una carga emocional intolerable, que amenaza con su aniquilación. Desde su defecto resolverá esta crisis, pero, siempre más cerca de sus posibilidades que de sus voluntades, pagando un precio muy caro: el fin de su continuidad como hasta entonces era concebida, el derrumbe de la unidad. Desde las grietas de este suelo fisurado comenzarán a filtrarse raras percepciones, como gélidos vahos que enrarecen la atmósfera hasta el punto de congelarlo: el enigma. Y en este clima de perplejidad sólo se divisa un tema importante, la incógnita, que busca sin respiro una respuesta. Los automatismos van esbozando su contorno e indagando su sentido, a la vez que se desdibujan los límites entre lo interno y lo externo, para devenir finalmente en alucinaciones. Desde la profundidad de su organización, y con las herramientas de su personalidad, dará forma entonces a una revelación que, para irrumpir en la última estación de este viaje, se viste de delirio.
El punto de partida es el conflicto, dominio de dos instancias que tienen lugar con fines separados. El primer momento de conflicto se remonta a aquellos tiempos en los que se da origen a la estructura del individuo, de acuerdo a sus posibilidades biológicas, a las formas de sus relaciones vinculares y a las situaciones generales planteadas en su entorno. El segundo momento de conflicto llega con una situación que le supone al sujeto una carga emocional intolerable, que amenaza con su aniquilación. Desde su defecto resolverá esta crisis, pero, siempre más cerca de sus posibilidades que de sus voluntades, pagando un precio muy caro: el fin de su continuidad como hasta entonces era concebida, el derrumbe de la unidad. Desde las grietas de este suelo fisurado comenzarán a filtrarse raras percepciones, como gélidos vahos que enrarecen la atmósfera hasta el punto de congelarlo: el enigma. Y en este clima de perplejidad sólo se divisa un tema importante, la incógnita, que busca sin respiro una respuesta. Los automatismos van esbozando su contorno e indagando su sentido, a la vez que se desdibujan los límites entre lo interno y lo externo, para devenir finalmente en alucinaciones. Desde la profundidad de su organización, y con las herramientas de su personalidad, dará forma entonces a una revelación que, para irrumpir en la última estación de este viaje, se viste de delirio.