Leonardo era un tío extraño, por su estampa de hombre enjuto, por su edad indescifrable, por su mirada penetrante que parecía querer indagar más allá de lo inmediato, y por sus movimientos desgarbados y hasta divertidos debido a cierta inclinación hacia adelante al caminar. De él nada se sabía, salvo que trabajaba como bibliotecario, y que, pese a su lucidez y sentido común, tenía una disposición enfermiza a fantasear sobre el futuro. Solía imaginar extraordinarios logros de la ciencia y la tecnología, que al exponerlos despertaba enorme interés y curiosidad en sus oyentes, convirtiéndolos en verdaderos adictos a sus visiones. Era una especie de seducción la que ejercía sobre ellos.
Era el 4 de octubre de 1957, día en el que la Unión Soviética puso en órbita un satélite artificial, llenando de admiración a la gente, en especial a los amantes de la ciencia y la tecnología. Los medios hablaron mucho de este hecho, dando pábulo a toda suerte de comentarios futuristas de parte de Leonardo, que a su vez aumentaron el embeleso en el que se encontraban atrapados sus oyentes.
También fantaseaba sobre los valores morales del porvenir, pero en este caso la reacción de quienes le escuchaban era bien diferente. Sus visiones eran pesimistas, pues le mostraban escenarios de creciente degradación moral, y él, ni lerdo ni perezoso, se los transmitía a sus amigos tal como las percibía, pero a ellos eso les tenía sin cuidado. A diferencia de lo que ocurría en el terreno tecnológico, en el moral creían que se equivocaba de medio a medio. Esa dualidad de sensibilidades iba en aumento conforme él iba abordando más y más temas morales. Al final la antipatía por lo que decía había subido como espuma, como antes su admiración. Es que el entusiasmo por lo tecnológico les había sofocado cualquier preocupación respecto a la moralidad del porvenir.
Un buen día Leonardo desapareció y no se lo volvió a ver nunca más, dejando en quienes le escucharon cierta nostalgia de futuro que nadie era capaz de asimilar. Uno de sus acuciosos oyentes rastreó su paradero, y solo entonces fue posible entender la verdadera identidad de este extraño personaje, así como el sentido de sus no menos extrañas visiones.
Era el 4 de octubre de 1957, día en el que la Unión Soviética puso en órbita un satélite artificial, llenando de admiración a la gente, en especial a los amantes de la ciencia y la tecnología. Los medios hablaron mucho de este hecho, dando pábulo a toda suerte de comentarios futuristas de parte de Leonardo, que a su vez aumentaron el embeleso en el que se encontraban atrapados sus oyentes.
También fantaseaba sobre los valores morales del porvenir, pero en este caso la reacción de quienes le escuchaban era bien diferente. Sus visiones eran pesimistas, pues le mostraban escenarios de creciente degradación moral, y él, ni lerdo ni perezoso, se los transmitía a sus amigos tal como las percibía, pero a ellos eso les tenía sin cuidado. A diferencia de lo que ocurría en el terreno tecnológico, en el moral creían que se equivocaba de medio a medio. Esa dualidad de sensibilidades iba en aumento conforme él iba abordando más y más temas morales. Al final la antipatía por lo que decía había subido como espuma, como antes su admiración. Es que el entusiasmo por lo tecnológico les había sofocado cualquier preocupación respecto a la moralidad del porvenir.
Un buen día Leonardo desapareció y no se lo volvió a ver nunca más, dejando en quienes le escucharon cierta nostalgia de futuro que nadie era capaz de asimilar. Uno de sus acuciosos oyentes rastreó su paradero, y solo entonces fue posible entender la verdadera identidad de este extraño personaje, así como el sentido de sus no menos extrañas visiones.