"Arrojó el cubo al pozo de agua, haciendo este un plop al aterrizar. Un ruido extraño cortó su acción, era el sonido de algo como metal cayendo al piso. Decidió no hacer caso, pensando en que quizá había sido un niño vecino o un animal jugando con algo, y continuó con su tarea.
Allá, en las primeras casas de ladrillo y adobe de la comunidad, hombres que parecía llevaban por piel una sucesión infinita de escamas oscuras y sin brillo se ocultaban entre las sombras de las calles y callejones; sus cascos, parecidos a la cabeza de una serpiente, no dejaban ver los rostros de los hombres-sombra. En la cintura llevaban cuchillos, lanzas electromecánicas plegables y una especie de tubo largo, muy parecido a un lanzacohetes, pero delgado y con un gatillo. Esa arma era un nuevo modelo de disparador de agujas, las cuales podían perforar incluso una gruesa capa de acero al ser impulsadas por una carga en riel de más de tres mil watts. Era llamada Mikkatlatlatzin, el rayo de la muerte ideado por Tesla antes de su partida hacia el mictlán.
Eran más de mil soldados en las sombras, rodeando el pueblo a la espera de la orden de entrar en acción; los guardias comunitarios, muertos hacía ya algún tiempo a manos de aquellos hombre-serpiente, no podrían alertar a sus familias ni defenderles nunca más de esos monstruos creados en un laboratorio, de esas cosas sin alma que habían nacido con un solo propósito: aplastar a cualquiera que se declarase el enemigo de Xocoyotzin.
Cazíim caminó, con el cubo de agua colgando de una mano, hacia su hogar; era extraño para ella que los perros ladraran tanto, pero pensó que quizá era porque la noche estaba demasiado oscura, ya sin luna surcando el cielo estrellado. En el momento en que ella se paró frente a la puerta de madera de su casita de ladrillo cocido, las sombras de la noche cobraron vida y forma y se levantaron como peligrosas cobras ante ellos.
Como un tornado, como una plaga, avanzaron destrozándolo todo, golpeando mujeres, hombres y niños, atravesándoles con sus lanzas, cuchillos e incluso con sus manos enfundadas en esos guantes hechos también con escamas oscuras; destruyendo los hogares con aquellas armas largas que parecía lanzaban rieles de rayos eléctricos en lugar de agujas.
Cazíim tiró el cubo de agua a uno de ellos, siendo destrozado en el aire sólo con las manos del soldado y evaporándose el agua al contacto con aquella piel inhumana hecha de escamas; sin inmutarse, sin mostrar compasión, aquel clon tomó a la mujer del cuello y la levantó, aplastándolo ante los atónitos hijos de Cazíim, quienes estaban esperando a su madre en el único cuarto de aquella casa pueblerina. Los ojitos de los pequeños se llenaron en lágrimas, observando impotentes cómo es que su madre se retorcía agonizante ante la falta de aire y el horror de pensar en el futuro de su progenie. Con fuerza de voluntad, sólo pudo pedir a sus hijos que huyeran mientras su oxígeno preciado escapaba y su tráquea se convertía en un amasijo de huesos, piel y sangre. El cuerpo de la mujer golpeó el suelo de tierra aplanada mientras el soldado atrapaba al primer pequeño con su mano libre."
La guerra ya ha golpeado a la población civil, y en este mundo destrozado, los más débiles siempre son los que más sufren. Enfocado en la parte no bélica de la población, este segundo volumen trata de encarnar lo más trágico de la guerra, sin olvidar a Mikiztlak, el joven bastardo lleno de odio al gobierno que le hizo ser lo que ahora es; Bernard, un ex mosquetero que tiene la misión de encontrar un hogar para aquellos a quienes ama y Sihua Tecuani, la mujer que habiendo llevado una vida miserable en la infancia lo único que desea es recuperar aquello que había jurado proteger.
La historia continúa hasta llegar a su destino inevitable.
Allá, en las primeras casas de ladrillo y adobe de la comunidad, hombres que parecía llevaban por piel una sucesión infinita de escamas oscuras y sin brillo se ocultaban entre las sombras de las calles y callejones; sus cascos, parecidos a la cabeza de una serpiente, no dejaban ver los rostros de los hombres-sombra. En la cintura llevaban cuchillos, lanzas electromecánicas plegables y una especie de tubo largo, muy parecido a un lanzacohetes, pero delgado y con un gatillo. Esa arma era un nuevo modelo de disparador de agujas, las cuales podían perforar incluso una gruesa capa de acero al ser impulsadas por una carga en riel de más de tres mil watts. Era llamada Mikkatlatlatzin, el rayo de la muerte ideado por Tesla antes de su partida hacia el mictlán.
Eran más de mil soldados en las sombras, rodeando el pueblo a la espera de la orden de entrar en acción; los guardias comunitarios, muertos hacía ya algún tiempo a manos de aquellos hombre-serpiente, no podrían alertar a sus familias ni defenderles nunca más de esos monstruos creados en un laboratorio, de esas cosas sin alma que habían nacido con un solo propósito: aplastar a cualquiera que se declarase el enemigo de Xocoyotzin.
Cazíim caminó, con el cubo de agua colgando de una mano, hacia su hogar; era extraño para ella que los perros ladraran tanto, pero pensó que quizá era porque la noche estaba demasiado oscura, ya sin luna surcando el cielo estrellado. En el momento en que ella se paró frente a la puerta de madera de su casita de ladrillo cocido, las sombras de la noche cobraron vida y forma y se levantaron como peligrosas cobras ante ellos.
Como un tornado, como una plaga, avanzaron destrozándolo todo, golpeando mujeres, hombres y niños, atravesándoles con sus lanzas, cuchillos e incluso con sus manos enfundadas en esos guantes hechos también con escamas oscuras; destruyendo los hogares con aquellas armas largas que parecía lanzaban rieles de rayos eléctricos en lugar de agujas.
Cazíim tiró el cubo de agua a uno de ellos, siendo destrozado en el aire sólo con las manos del soldado y evaporándose el agua al contacto con aquella piel inhumana hecha de escamas; sin inmutarse, sin mostrar compasión, aquel clon tomó a la mujer del cuello y la levantó, aplastándolo ante los atónitos hijos de Cazíim, quienes estaban esperando a su madre en el único cuarto de aquella casa pueblerina. Los ojitos de los pequeños se llenaron en lágrimas, observando impotentes cómo es que su madre se retorcía agonizante ante la falta de aire y el horror de pensar en el futuro de su progenie. Con fuerza de voluntad, sólo pudo pedir a sus hijos que huyeran mientras su oxígeno preciado escapaba y su tráquea se convertía en un amasijo de huesos, piel y sangre. El cuerpo de la mujer golpeó el suelo de tierra aplanada mientras el soldado atrapaba al primer pequeño con su mano libre."
La guerra ya ha golpeado a la población civil, y en este mundo destrozado, los más débiles siempre son los que más sufren. Enfocado en la parte no bélica de la población, este segundo volumen trata de encarnar lo más trágico de la guerra, sin olvidar a Mikiztlak, el joven bastardo lleno de odio al gobierno que le hizo ser lo que ahora es; Bernard, un ex mosquetero que tiene la misión de encontrar un hogar para aquellos a quienes ama y Sihua Tecuani, la mujer que habiendo llevado una vida miserable en la infancia lo único que desea es recuperar aquello que había jurado proteger.
La historia continúa hasta llegar a su destino inevitable.