La leyenda del deporte se nutre de vencedores y vencidos. A veces las derrotas son tan grandes que permanecen en la memoria más tiempo que las victorias. En la historia del fútbol todavía está presente el maracanazo, la imposible derrota de Brasil ante Uruguay (Mundial de 1950) en el estadio más grande del mundo, que provocó suicidios en todo el país. Muchos años después, en el otro extremo del planeta, otra extraordinaria derrota cambió la vida de Sudáfrica: los famosos All Blacks de Nueva Zelanda, los más poderosos jugadores de rugby del mundo, cayeron ante la anfitriona y sobre este grandioso fracaso se edificó el futuro de un país hasta ese momento dividido. En la mitología de los fracasos también está la recordada final de Berna entre la invencible Hungría de Puskas y una Alemania que empezó a forjar su leyenda sobre la ruina de los húngaros. Hay perdedores que están por encima de los triunfadores, como es el caso del ciclista francés Raymond Poulidor, que si hubiera ganado el tour de Francia no sería tan famoso y querido como lo es habiendo sido tres veces segundo y cinco veces quinto. En este libro está Chuck Wepner, el boxeador que perdió ante el gran Muhammad Alí, pero su combatividad inspiró a Sylvester Stallone para imaginar a Rocky Balboa. Está el aciago hoyo 18 de Jean van de Velde, el jugador de golf más desgraciado de la historia. Está la impotencia del ajedrecista Korchnoi ante Karpov. Y también figura el atleta alemán Lutz Lanz, cuya derrota ante Jesse Owens humilló al mismísimo Hitler.Y tantos otros que se quedaron al borde de la gloria, ahogados en la orilla.
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