Sabemos, al menos desde Adam Smith, qué hace a este mundo un lugar más habitable y decente. Se resume en muy pocas ideas: libertad, igualdad y gobierno de las leyes. Lo que resulta más difícil es cómo llegar a ello y cómo mantener e incrementar los niveles alcanzados. Si somos conscientes de los obstáculos superados y de las condiciones que han hecho posible la extensión de la democracia liberal en numerosos países del mundo, nos será más fácil eludir sueños mesiánicos o demagógicos, e instrumentar mecanismos para aumentar nuestras cotas de libertad y prosperidad. Adam Smith no nos ofrece un recetario para construir Estados ni un bálsamo de Fierabrás que cure todos nuestros males. Pero su reconstrucción de la historia de la libertad, su defensa del derecho de los individuos a decidir sobre su propia vida ¬―libres de la coerción del poder económico y político―, su conciencia de que el Estado está al servicio de la prosperidad pública y que las personas no están al servicio de la grandeza del Estado, nos sigue proporcionando instrumentos para pensar nuestro presente y nuestro incierto futuro.
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