«Me pregunto cuántas de las miles de empresas que han cerrado en España en los últimos años, y que se siguen cerrando ahora mismo, se hubieran podido salvar, y cuántas de las que están a punto de cerrar se podrían salvar todavía, si los cauces de participación interna fueran más abiertos y racionales que los actuales. ¡Cuánto daño y sufrimiento nos podríamos haber ahorrado si unos mecanismos justos y garantistas —pero garantistas del bien general y no sólo del de aquél que tiene el poder aunque no tenga la capacidad de usarlo adecuadamente—, hubieran permitido el relevo en las correspondientes cúpulas de gestión!
Lo diré una vez más: una empresa no es un juguete en manos de unos pocos, una empresa es algo muy serio que requiere un gran sentido de la responsabilidad. Cuando una empresa va mal, a veces la única solución está entre los socios que tienen la minoría de las acciones. Y si con la ley en la mano estos no pueden hacer nada más que mirar impotentes como se hunde la Compañía, entonces esa ley hay que cambiarla […].
En realidad, hay poco que inventar. El capitalismo ha demostrado ser eficaz, capaz de facilitar la prosperidad general y el crecimiento de los países. De todos. Y lo ha conseguido a lo largo de muchas décadas. Sólo hay que hacer balance y ver qué principios han predominado en las etapas de prosperidad, qué es lo que con el tiempo hemos ido olvidando y por qué se ha ido deteriorando el sistema. Hay que rescatar esos principios, volver a ellos. Y, sabiendo como sabemos ahora que no por acertados son indestructibles, tenemos que asegurarlos mediante una legislación que garantice su pervivencia y su estabilidad.»
Lo diré una vez más: una empresa no es un juguete en manos de unos pocos, una empresa es algo muy serio que requiere un gran sentido de la responsabilidad. Cuando una empresa va mal, a veces la única solución está entre los socios que tienen la minoría de las acciones. Y si con la ley en la mano estos no pueden hacer nada más que mirar impotentes como se hunde la Compañía, entonces esa ley hay que cambiarla […].
En realidad, hay poco que inventar. El capitalismo ha demostrado ser eficaz, capaz de facilitar la prosperidad general y el crecimiento de los países. De todos. Y lo ha conseguido a lo largo de muchas décadas. Sólo hay que hacer balance y ver qué principios han predominado en las etapas de prosperidad, qué es lo que con el tiempo hemos ido olvidando y por qué se ha ido deteriorando el sistema. Hay que rescatar esos principios, volver a ellos. Y, sabiendo como sabemos ahora que no por acertados son indestructibles, tenemos que asegurarlos mediante una legislación que garantice su pervivencia y su estabilidad.»