Ambas habéis transportado vuestra alma hasta aquí. Tú, Aidairis, perdiste tu
cuerpo inmortal, ese sacrificio y el de otros como tú consiguió cerrar los portales al
mundo espectral. Eso los contuvo durante siglos, mas como ya sabes no fue
suficiente. Tu alma estaba en el cuerpo de Helena cuando el polvo de la piedra
sagrada entró en contacto con ambas almas. La de Helena al borde la muerte, la tuya
carente de cuerpo propio.
—¿Y ahora? ¿Qué debemos hacer? —preguntó Helena.
—Es muy fácil, Ckaraa. Sois dos almas y un solo cuerpo. Debéis luchar a muerte
por sobrevivir. Únicamente una ocupará con su alma el cuerpo que ahora yace inerte
en el mundo que espera ser salvado. El tiempo se acaba. Suerte.
Helena sacudió la cabeza varias veces tratando de quitarse de encima la sensación
de que aquello era un mal sueño, una broma pesada. Un ruido metálico la sacó de su
estupor. Levantó la cabeza y miró a Iris, quien portaba en ambas manos una espada
corta con empuñadura de cuero.
—Escoge tus armas, portadora.
cuerpo inmortal, ese sacrificio y el de otros como tú consiguió cerrar los portales al
mundo espectral. Eso los contuvo durante siglos, mas como ya sabes no fue
suficiente. Tu alma estaba en el cuerpo de Helena cuando el polvo de la piedra
sagrada entró en contacto con ambas almas. La de Helena al borde la muerte, la tuya
carente de cuerpo propio.
—¿Y ahora? ¿Qué debemos hacer? —preguntó Helena.
—Es muy fácil, Ckaraa. Sois dos almas y un solo cuerpo. Debéis luchar a muerte
por sobrevivir. Únicamente una ocupará con su alma el cuerpo que ahora yace inerte
en el mundo que espera ser salvado. El tiempo se acaba. Suerte.
Helena sacudió la cabeza varias veces tratando de quitarse de encima la sensación
de que aquello era un mal sueño, una broma pesada. Un ruido metálico la sacó de su
estupor. Levantó la cabeza y miró a Iris, quien portaba en ambas manos una espada
corta con empuñadura de cuero.
—Escoge tus armas, portadora.