El sexo es oculto, mortífero y húmedo, y lo de mortífero está más que claro, porque uno se puede morir solo si ha nacido. Si nos basamos en la moral cristiana, ni hablar: el sexo es un tigre hambriento. Y la ciencia, que vive en hipócrita concordancia con esa ética, dice que el sexo es un invento de los primeros microbios. Nada bueno puede haber ahí; sin embargo, como bien dice alguien, el mundo está hecho por la soberbia de los mal cogidos. Tendríamos entonces planteado un razonamiento que diría así: El sexo –o por lo menos su necesidad- es progreso y el progreso es perjudicial
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