Se trata de una novela de reducción temporal, pues la acción alcanza un período de unas veinticuatro horas. Dos tramas paralelas se van alternando hasta confluir. La primera corre a cargo de un narrador externo a los personajes y cuyo cometido consiste en contar los episodios, necesarios, en los que la protagonista no interviene. La segunda proviene de otro narrador que tiene acceso a la conciencia de la misma y desde allí no entrega otra cosa que sus percepciones y reminiscencias. Ambos dejan hablar a los personajes sin siquiera preocuparse, las más de las veces, de mencionarlos, haciendo así que el verdadero protagonista sea el lenguaje. El argumento explica cómo una huelga de controladores aéreos estropea los planes de un alto cargo de una multinacional, al tiempo que pone a su esposa, una antigua bailarina de un conocido cabaret parisino, en una situación más bien embarazosa, aunque no por ello menos excitante. El deseo de unos y otros tomará el relevo de una seducción conscientemente ejercida. Sin embargo, las particulares circunstancias que entran en juego exigen poner, tras un debatido consenso, un límite que no debe ser transgredido. Claro que ese límite quedó ubicado en una zona de la que no resultará fácil regresar. El contenido es decididamente erótico, el cual podría destinar esta novelita a un público que podríamos denominar de estación de tren, amplio donde los haya. El lenguaje fácil, lo que no quiere decir rudimentario, contribuiría a tal adjudicación. Pienso, no obstante, que un lector más exigente podría retirar igualmente su porción sin exclusión de beneficio.
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