«Hacía un frío de cagarse. El Mosca permanecía quieto y en silencio en
el cuarto del neuropsiquiátrico que dirigía, con intuición certera,
Laura Merzenbacher. Aquella mujer fácilmente reconocible por su olor
almizclado y silvestre, que tanto sugería. Podría objetarse que ubicar a
El Mosca en un neuropsiquiátrico es buscar un camino probado para narrar
lo que sigue, pero así es la historia y así fueron las cosas».
Este es el comienzo del fin para El Mosca. Veterano de miles de guerras,
amante enfervorizado de cuanta mujer se le cruce, eterno nostálgico de
la vida en otra parte, sus días siguen enredados. Mente y cuerpo dicen
basta. Limpio y ya más lúcido, no puede doblegar su instinto, sus ganas
de más. Como en la desaforada y brutalmente cómica «El amante de la
psicoanalista», El Mosca todavía cree que todas las mujeres son de él:
no sabe que puede tragárselo la vulva dentada.
el cuarto del neuropsiquiátrico que dirigía, con intuición certera,
Laura Merzenbacher. Aquella mujer fácilmente reconocible por su olor
almizclado y silvestre, que tanto sugería. Podría objetarse que ubicar a
El Mosca en un neuropsiquiátrico es buscar un camino probado para narrar
lo que sigue, pero así es la historia y así fueron las cosas».
Este es el comienzo del fin para El Mosca. Veterano de miles de guerras,
amante enfervorizado de cuanta mujer se le cruce, eterno nostálgico de
la vida en otra parte, sus días siguen enredados. Mente y cuerpo dicen
basta. Limpio y ya más lúcido, no puede doblegar su instinto, sus ganas
de más. Como en la desaforada y brutalmente cómica «El amante de la
psicoanalista», El Mosca todavía cree que todas las mujeres son de él:
no sabe que puede tragárselo la vulva dentada.