Eric viaja por la India en una búsqueda sin rumbo, y sus días trascurren en una calma paralizante; su indecisión le deja a menudo sin impulso, aunque también le sirve para estirar el dinero en un país barato y posponer el momento de volver a trabajar.
Durante cinco meses asiste a unas clases de yoga de tres horas que comienzan al amanecer; el profesor es un yogui reputado y magnífico que les exige mucho esfuerzo físico, y que en la postura más difícil les recuerda que tienen que respirar y abandonarse, porque de lo contrario no estarán haciendo yoga. Eric tiene un cuerpo rígido y que le duele, las sesiones le parecen agotadoras y los discursos del maestro le confunden, pero continúa porque asume que le servirán de algo.
En el curso, el estudiante medio es mujer, joven, de cuerpo bello y elástico, calmada e interesada en la India y Oriente; Eric se muestra encantado, trata sin éxito de seducir a una de ellas, y después se sumerge en el ambiente turístico, en sus jam sessions al anochecer, vibrantes y rituales, para concluir que probablemente ahora no necesite amor.
Se apunta a una clase de Vedanta, donde analizan las escrituras sagradas de los hindúes; Eric se harta de no entender una palabra, decide dejarlo y compra unos libros para estudiar por su cuenta. Tras unos días, sin embargo, cualquier excusa es buena para ir a dar una vuelta; en una de sus excursiones tropieza con un grupo de jóvenes indios que están emborrachándose en torno a una mesa de picnic, y conoce a Abhi, que entre trago y trago le confronta, le pregunta qué está buscando en la India, se burla de las pretensiones espirituales de los occidentales, pero también de las propias, y le anima a continuar con el yoga. Cuando está sereno, Abhi utiliza en esencia los mismos argumentos con un tono de voz más pausado; un tiempo después le propone ir juntos a uno de los centros de peregrinación hindú más importantes, Tirupati, en el otro extremo del país. Eric se entusiasma porque por fin tiene un destino que merece la pena, deja las sesiones de yoga al amanecer, y se marcha con él.
Pasan dos días en un tren, una noche para subir los escalones que llevan a la cima de Tirumala, y desde allí cinco horas de cola con el resto de peregrinos; cada uno de ellos ha venido de manera diferente, unos visten túnicas blancas y pulcras, algunos se han afeitado la cabeza como ofrenda y otros parecen timadores o mendigos, algunos llevan un día entero en la cola y otros han caminado todo el trayecto desde su lugares de origen, porque cada uno decide cómo presentarse ante el dios. Eric llega ante la imagen sagrada, la contempla en su confusión, y un segundo más tarde los empleados del templo tiran suave de él para dar paso al siguiente devoto. Cuando Abhi le pregunta si ha conseguido lo que quería, él sólo puede contestar que está contento al menos de haber venido, y que tal vez debería buscar el consejo de algún guía.
Y Eric seguirá buscándolo en el sur tropical, en Bangalore, y de vuelta en Europa....
Durante cinco meses asiste a unas clases de yoga de tres horas que comienzan al amanecer; el profesor es un yogui reputado y magnífico que les exige mucho esfuerzo físico, y que en la postura más difícil les recuerda que tienen que respirar y abandonarse, porque de lo contrario no estarán haciendo yoga. Eric tiene un cuerpo rígido y que le duele, las sesiones le parecen agotadoras y los discursos del maestro le confunden, pero continúa porque asume que le servirán de algo.
En el curso, el estudiante medio es mujer, joven, de cuerpo bello y elástico, calmada e interesada en la India y Oriente; Eric se muestra encantado, trata sin éxito de seducir a una de ellas, y después se sumerge en el ambiente turístico, en sus jam sessions al anochecer, vibrantes y rituales, para concluir que probablemente ahora no necesite amor.
Se apunta a una clase de Vedanta, donde analizan las escrituras sagradas de los hindúes; Eric se harta de no entender una palabra, decide dejarlo y compra unos libros para estudiar por su cuenta. Tras unos días, sin embargo, cualquier excusa es buena para ir a dar una vuelta; en una de sus excursiones tropieza con un grupo de jóvenes indios que están emborrachándose en torno a una mesa de picnic, y conoce a Abhi, que entre trago y trago le confronta, le pregunta qué está buscando en la India, se burla de las pretensiones espirituales de los occidentales, pero también de las propias, y le anima a continuar con el yoga. Cuando está sereno, Abhi utiliza en esencia los mismos argumentos con un tono de voz más pausado; un tiempo después le propone ir juntos a uno de los centros de peregrinación hindú más importantes, Tirupati, en el otro extremo del país. Eric se entusiasma porque por fin tiene un destino que merece la pena, deja las sesiones de yoga al amanecer, y se marcha con él.
Pasan dos días en un tren, una noche para subir los escalones que llevan a la cima de Tirumala, y desde allí cinco horas de cola con el resto de peregrinos; cada uno de ellos ha venido de manera diferente, unos visten túnicas blancas y pulcras, algunos se han afeitado la cabeza como ofrenda y otros parecen timadores o mendigos, algunos llevan un día entero en la cola y otros han caminado todo el trayecto desde su lugares de origen, porque cada uno decide cómo presentarse ante el dios. Eric llega ante la imagen sagrada, la contempla en su confusión, y un segundo más tarde los empleados del templo tiran suave de él para dar paso al siguiente devoto. Cuando Abhi le pregunta si ha conseguido lo que quería, él sólo puede contestar que está contento al menos de haber venido, y que tal vez debería buscar el consejo de algún guía.
Y Eric seguirá buscándolo en el sur tropical, en Bangalore, y de vuelta en Europa....
