El 29 de abril de 1933, el poderoso industrial José Salvo es atropellado
en plena calle por un automóvil y morirá veinte días después en un
sanatorio. Artigas Guichón, el hombre que lo embistió, ha quedado libre.
Pero todo Montevideo comenta que Ricardo Bonapelch, yerno de Salvo,
casado con su hija María Elisa, fue el instigador del "accidente", para
que su esposa cobrase la herencia y él pudiera resarcirse de una serie
de malos negocios que lo pusieron al borde de la ruina.
En el verano neoyorkino del mismo año, una agencia de detectives recibe
un telegrama solicitando los servicios de un investigador privado para
indagar en el caso criminal más resonante del momento en Uruguay. Se le
encomienda a Guido Santini la tarea, por la sencilla razón de que él
nació en Montevideo y luego emigró a los cinco años para ir a vivir a
Brooklyn con su familia. Habla bastante bien el español y se anima a
realizar una larga travesía marítima para investigar el caso y
reencontrarse con la olvidada Montevideo de su infancia. A poco de
abordar un barco y dejar Manhattan, y luego de hacer una escala en La
Habana, el novato detective vivirá una serie de contratiempos, a bordo
del transatlántico Valdivia, que habrán de templar su espíritu y
prepararlo para lo que lo espera en la capital sureña.
Una vez que llega a destino, entiende dos cosas: no recuerda casi nada
de la ciudad y el presunto homicidio que debe investigar parece un caso
perdido. En Uruguay, hace tres meses que se ha instalado una dictadura
luego del golpe de Estado del 31 de marzo de 1933. Gabriel Terra, el
dictador, es amigo de Bonapelch y su poder parece cobijar al yerno de
Salvo que, además de cazafortunas y vividor, tiene una característica
notable: es muy parecido físicamente al cantor Carlos Gardel, su amigo e
ídolo indiscutido del Río de la Plata.
Escrita con el estilo y los recursos narrativos de una clásica novela
negra, Hugo Burel logra que los hechos de ficción se mezclen con los
sucesos reales hasta borrar los límites entre ambos. Santini se mueve
con el asombro y la mirada de un testigo lejano que va descubriendo la
oscura trama del crimen más famoso de la época. Y en ese itinerario nos
muestra la Montevideo de 1933, sus lugares y sus personajes, y la
atmósfera siniestra que suele envolver a las buenas historias
detectivescas. Desde la primera línea, El Caso Bonapelch atrapa al
lector sin darle tregua y lo sumerge en una investigación que culminará
más de dos décadas después de comenzada.
en plena calle por un automóvil y morirá veinte días después en un
sanatorio. Artigas Guichón, el hombre que lo embistió, ha quedado libre.
Pero todo Montevideo comenta que Ricardo Bonapelch, yerno de Salvo,
casado con su hija María Elisa, fue el instigador del "accidente", para
que su esposa cobrase la herencia y él pudiera resarcirse de una serie
de malos negocios que lo pusieron al borde de la ruina.
En el verano neoyorkino del mismo año, una agencia de detectives recibe
un telegrama solicitando los servicios de un investigador privado para
indagar en el caso criminal más resonante del momento en Uruguay. Se le
encomienda a Guido Santini la tarea, por la sencilla razón de que él
nació en Montevideo y luego emigró a los cinco años para ir a vivir a
Brooklyn con su familia. Habla bastante bien el español y se anima a
realizar una larga travesía marítima para investigar el caso y
reencontrarse con la olvidada Montevideo de su infancia. A poco de
abordar un barco y dejar Manhattan, y luego de hacer una escala en La
Habana, el novato detective vivirá una serie de contratiempos, a bordo
del transatlántico Valdivia, que habrán de templar su espíritu y
prepararlo para lo que lo espera en la capital sureña.
Una vez que llega a destino, entiende dos cosas: no recuerda casi nada
de la ciudad y el presunto homicidio que debe investigar parece un caso
perdido. En Uruguay, hace tres meses que se ha instalado una dictadura
luego del golpe de Estado del 31 de marzo de 1933. Gabriel Terra, el
dictador, es amigo de Bonapelch y su poder parece cobijar al yerno de
Salvo que, además de cazafortunas y vividor, tiene una característica
notable: es muy parecido físicamente al cantor Carlos Gardel, su amigo e
ídolo indiscutido del Río de la Plata.
Escrita con el estilo y los recursos narrativos de una clásica novela
negra, Hugo Burel logra que los hechos de ficción se mezclen con los
sucesos reales hasta borrar los límites entre ambos. Santini se mueve
con el asombro y la mirada de un testigo lejano que va descubriendo la
oscura trama del crimen más famoso de la época. Y en ese itinerario nos
muestra la Montevideo de 1933, sus lugares y sus personajes, y la
atmósfera siniestra que suele envolver a las buenas historias
detectivescas. Desde la primera línea, El Caso Bonapelch atrapa al
lector sin darle tregua y lo sumerge en una investigación que culminará
más de dos décadas después de comenzada.