La Historia todo el tiempo está rivalizando íntimamente con la que es su hermana bastarda: la Literatura. La primera, sin embargo, se atribuye funciones de ciencia y, presumiendo de certezas, va ejecutando un registro arbitrario del pasado, es decir, la Historia legitima los acontecimientos humanos según el punto de vista único de unos pocos: los vencedores. Las historias que ahora conocemos son aquellas que hemos heredado incesantemente de los que triunfaron y pudieron escribirlas. Al ritmo de esta escritura caprichosa van quedando márgenes de vida que no fueron leídos ni escritos, escenarios invisibles de héroes y ciudades que no alcanzaron a ser narrados.
Es entonces cuando el escritor irrumpe y la Literatura rema en sentido contrario. La Literatura conjetura furiosamente sobre el hecho histórico haciéndolo pedazos y poniendo en crisis aquella tradición inmóvil. En ella la memoria recobra una fuerza hermenéutica: sacude los atrios del pasado y exige con urgencia una revisión de todo: de los héroes ecuestres en piedra y de los símbolos de la patria, de los mártires que han sido vencidos incluso después de su muerte, y de todos aquellos signos que caracterizan una cultura.
Así, mientras la Historia archiva obstinadamente, el escritor echa abajo los estantes y revuelve los registros buscando aquellas respuestas que nadie se decidió a escribir. El historiador inmoviliza, y la Literatura desautomatiza, echa a andar.
En este combate sin descanso toma su turno la obra narrativa Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia, del escritor Roberto Carlos Pérez (Granada, Nicaragua 1976) en cuya colección de relatos, o de vértigos, como él mismo ha preferido llamarlos, son vueltos a interrogar muchos de los personajes o de los sucesos claves la historia nicaragüense, desde el forastero norteamericano William Walker y el compositor leonés José de la Cruz Mena acorralado por la lepra, hasta llegar a la puerta de algunos de los momentos más sensibles de la Revolución Sandinista. Un interrogatorio que permite un pedir de cuentas sobre algunos de los hechos que no fueron contados, pero también una necesaria [des] humanización de sus protagonistas y de algunos mitos.
Sin embargo, si la escritura literaria ficcionaliza no lo hace con el fin de que la versión que pueda ofrecer sirva como reemplazo a la historia vigente. Su finalidad última, ya sea estética o cultural, es la de sembrar la sospecha, provocar la desconfianza frente a mucho de lo que conocemos: múltiples miradas como pliegues que se sobreponen. ¿Quién fue realmente este filibustero invasor cuyo rostro iluminaran las llamas de la ciudad incendiada? ¿Acaso no fuimos todos vencidos por igual en aquella guerra civil de los años ochenta? ¿Y “Ruinas”, el vals cumbre del genio, fue realmente el final homónimo de la propia vida de su creador?
En este sentido, en estos relatos de Roberto Carlos hemos llegado a la medianoche de la historia y de la literatura, y en este cambio de guardia de un día por otro, de una palabra con otra, como un meridiano textual, ha llegado la hora también de sumar otra mirada: la mirada de la interrogación. No hay nada que la literatura pueda ofrecernos más duradero que esto.
Javier González Blandino
Es entonces cuando el escritor irrumpe y la Literatura rema en sentido contrario. La Literatura conjetura furiosamente sobre el hecho histórico haciéndolo pedazos y poniendo en crisis aquella tradición inmóvil. En ella la memoria recobra una fuerza hermenéutica: sacude los atrios del pasado y exige con urgencia una revisión de todo: de los héroes ecuestres en piedra y de los símbolos de la patria, de los mártires que han sido vencidos incluso después de su muerte, y de todos aquellos signos que caracterizan una cultura.
Así, mientras la Historia archiva obstinadamente, el escritor echa abajo los estantes y revuelve los registros buscando aquellas respuestas que nadie se decidió a escribir. El historiador inmoviliza, y la Literatura desautomatiza, echa a andar.
En este combate sin descanso toma su turno la obra narrativa Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia, del escritor Roberto Carlos Pérez (Granada, Nicaragua 1976) en cuya colección de relatos, o de vértigos, como él mismo ha preferido llamarlos, son vueltos a interrogar muchos de los personajes o de los sucesos claves la historia nicaragüense, desde el forastero norteamericano William Walker y el compositor leonés José de la Cruz Mena acorralado por la lepra, hasta llegar a la puerta de algunos de los momentos más sensibles de la Revolución Sandinista. Un interrogatorio que permite un pedir de cuentas sobre algunos de los hechos que no fueron contados, pero también una necesaria [des] humanización de sus protagonistas y de algunos mitos.
Sin embargo, si la escritura literaria ficcionaliza no lo hace con el fin de que la versión que pueda ofrecer sirva como reemplazo a la historia vigente. Su finalidad última, ya sea estética o cultural, es la de sembrar la sospecha, provocar la desconfianza frente a mucho de lo que conocemos: múltiples miradas como pliegues que se sobreponen. ¿Quién fue realmente este filibustero invasor cuyo rostro iluminaran las llamas de la ciudad incendiada? ¿Acaso no fuimos todos vencidos por igual en aquella guerra civil de los años ochenta? ¿Y “Ruinas”, el vals cumbre del genio, fue realmente el final homónimo de la propia vida de su creador?
En este sentido, en estos relatos de Roberto Carlos hemos llegado a la medianoche de la historia y de la literatura, y en este cambio de guardia de un día por otro, de una palabra con otra, como un meridiano textual, ha llegado la hora también de sumar otra mirada: la mirada de la interrogación. No hay nada que la literatura pueda ofrecernos más duradero que esto.
Javier González Blandino