La ruta de la cabra albina tiene un doble significado. De una parte, constituye una memoria donde su autor, Inocencio Rivera Scharon, recoge los recuerdos de su infancia en una narración, o grupo de narraciones que hilvanadas bajo el personaje del abuelo Inés, da unidad a lo que podemos tomar como una novela. Para el autor, quizás lo más importante sea su “arte de soñar”, proyectado a un pasado que jamás volverá a ser como fue. De ahí que la fantasía alterne con la realidad para dar a su relato un tono de verosimilitud matizado por la magia del ensoñar el pasar las tres generaciones de su familia “por un lugar que no existe”, como lo definió el célebre beisbolista Víctor Pellot Power, también procedente de la franja de arenas que entre las bocas del delta del Río Abacoa, estuvo condenada a desaparecer al empuje de las inmisericordes marejadas. Y ya aquí asistimos a la segunda dimensión del relato de Inocencio Rivera Scharon. Jareales fue una población de frágiles viviendas edificadas sobre la arena de la rada arecibeña, entre El Fuerte y los morrillos de Vigía, entre las dos bocas del Río Grande, el Abacoa indígena. Con este libro, “Chencho”, como familiarmente se nombra al autor, restituye para la historia la región desaparecida: la vuelve a la vida. Aquí, las regiones de Jareales y de África: debe recordarse que la población de este sitio era esencialmente de etnia africana, probablemente establecida tras la liberación de la esclavitud a partir de 1872 (es una hipótesis). Desfilan en los relatos del autor, en interesante amalgama, las fiestas típicas del lugar, los bailes de bomba, los paseos por los lugares de interés de la región: el Fuerte, el Faro, La Poza del Obispo, y otros, que dan un sentido de pertenencia, siempre vistos a través de la mirada del niño Chen, encarnación del propio Inocencio. Es una lectura amena que agradará a quien leyere.
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