En general, el New Deal ha merecido su aprobación gracias a leyes tales como el salario mínimo, la construcción de viviendas, la mayor progresividad en los impuestos y la seguridad social. Para la mayoría de los historiadores liberales, el New Deal significó la culminación de la democracia, la liberación del Gobierno Federal de las garras de las grandes empresas y la redistribución sustancial del poder político. Rompiendo con el laissez faire, la nueva administración de Roosevelt, señaló el fin del Estado imparcial y pasivo y el comienzo del gobierno eficaz del gobierno intervencionista, que equilibra las concentraciones privadas de poder, afirma los derechos y responde a las necesidades de los no privilegiados.
La perspectiva de fines de los ’60, considera que estos temas no sirven para caracterizar al New Deal. Las reformas liberales no transformaron el sistema norteamericano; lo que hicieron fue conservar y proteger el capitalismo corporativo, absorbiendo en ocasiones una parte de los programas agresivos. No hubo redistribución de poder en la sociedad norteamericana, sólo el reconocimiento de otras organizaciones. Los beneficios no se extendieron más allá de la clase media, ni recurrieron a la riqueza de unos pocos para satisfacer las necesidades de muchos. Pensada para mantener el sistema norteamericano, la actividad liberal se dirigió a objetivos básicamente conservadores. No se pretende negar los cambios que produjo el New Deal, pero los elementos de continuidad son más fuertes y se ha exagerado la envergadura de estos cambios. No resolvió los problemas de la depresión, no mejoró la condición de los pobres, no aumentó la igualdad, no redistribuyó los ingresos, y fomentó la discriminación racial y la segregación. No logró hacer que las empresas fueran más responsables en cuanto a la seguridad social, ni amenazó su poder político. Por lo tanto, a pesar de las variaciones de tono con respecto a la década anterior, el New Deal fue profundamente conservador y representó la continuidad respecto a los años veinte. Al menos es la visión de Barton Bernstein, autor de "El New Deal: los resultados conservadores de la reforma liberal", artículo del que hemos resumido lo esencial.
La perspectiva de fines de los ’60, considera que estos temas no sirven para caracterizar al New Deal. Las reformas liberales no transformaron el sistema norteamericano; lo que hicieron fue conservar y proteger el capitalismo corporativo, absorbiendo en ocasiones una parte de los programas agresivos. No hubo redistribución de poder en la sociedad norteamericana, sólo el reconocimiento de otras organizaciones. Los beneficios no se extendieron más allá de la clase media, ni recurrieron a la riqueza de unos pocos para satisfacer las necesidades de muchos. Pensada para mantener el sistema norteamericano, la actividad liberal se dirigió a objetivos básicamente conservadores. No se pretende negar los cambios que produjo el New Deal, pero los elementos de continuidad son más fuertes y se ha exagerado la envergadura de estos cambios. No resolvió los problemas de la depresión, no mejoró la condición de los pobres, no aumentó la igualdad, no redistribuyó los ingresos, y fomentó la discriminación racial y la segregación. No logró hacer que las empresas fueran más responsables en cuanto a la seguridad social, ni amenazó su poder político. Por lo tanto, a pesar de las variaciones de tono con respecto a la década anterior, el New Deal fue profundamente conservador y representó la continuidad respecto a los años veinte. Al menos es la visión de Barton Bernstein, autor de "El New Deal: los resultados conservadores de la reforma liberal", artículo del que hemos resumido lo esencial.