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    La Segunda Guerra Mundial 1939-1945 Volumen II

    Por Atenas Editores Asociados

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    Acerca de este libro electrónico

    "La mayoría de los ingleses no se dan cuenta de que, habiendo hecho su trabajo para el círculo gobernante judío, deben ahora desaparecer como poder mundial".
    General Luddendorff: The Coming War.
    El Pacto de Munich era, en cierto modo, la prolongación del Tratado de Locarno, y tenía por principio fundamental el revisionismo y por método la colaboración organizada y permanente de las cuatro grandes potencias europeas: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Deliberadamente, se dejaba al margen de los asuntos europeos a la U.R.S.S. y se sustraían las decisiones y los movimientos de las grandes potencias responsables a las peligrosas presiones de los pequeños intereses irresponsables. Munich consagraba, de hecho, la división del mundo en zonas de influencia, con su centro geopolítico en Europa.
    Reconocía, también, la legitimidad de la expansión alemana hacia el Este y el Sudeste de Europa; expansión marcada por la Naturaleza: el Danubio corre en dirección Oeste-Este. El III Reich emprendía el camino tomado cinco siglos atrás por los caballeros teutónicos de la Orden Hanseática; dos siglos atrás por los Habsburgos austríacos y treinta años antes por el kaiser Guillermo U. Ya en Locarno, el canciller Stressemann, que había aceptado como definitivas las fronteras Occidentales del Reich, rehusaba hacer lo mismo con las Orientales. En "Mein Kampf, Hitler hablaba de detener, definitivamente, la marcha de los germanos hacia Occidente, para dirigirse hacia el Oriente, hacia la Rusia soviética y los pueblos colocados bajo su dependencia. Alemania buscaría su espacio vital en el Este, engrandeciendo a Europa, y liquidando la amenaza bolchevique. Este era el espíritu de Munich, que sólo beneficios podía reportar a los pueblos europeos, incluyendo a Inglaterra y a la propia Rusia, que sería liberada de la tiranía soviética y volvería a formar parte del concierto de los países libres.
    Los acuerdos de Munich, fueron, pues, algo infinitamente más importante que la solución del problema de las minorías nacionales en Checoslovaquia. Significaba la ruptura de los Cuatro Grandes del Continente con la URSS y por consiguiente, la desaprobación del pacto francosoviético. Europa, para los europeos, y el bolchevismo en cuarentena. Ilya Ehrenbourg acusó, en un violento editorial de la Pravda, a «ciertos miembros del Gabinete inglés, incluyendo a su presidente, Chamberlain de haber dado carta blanca a Alemania para que atacara a la U.RS.S.
    El Partido de la Guerra
    Pero las fuerzas que, desde Occidente, habían contribuido a instaurar el bolchevismo en Rusia no podían permitir que los acuerdos de Munich y, sobre todo, su espíritu, prevalecieran. En Inglaterra, una importante fracción del Partido conservador, encabezada por Churchill, secundado a su vez por Edén, Halifax, Lord Vansittart, Duff Cooper y Hore Belisha, más el pleno de los Partidos laborista y liberal; todos los Partidos de extrema izquierda, la mayoría de los socialistas, y una buena parte de los «chauvins» girondinos y de la extrema derecha de Maurras, convencidos de que la misión histórica de Francia consiste en poner trabas al germanismo; toda la masonería continental y la mayoría de las casas reales, fuertemente infiltradas por la masonería y enlazadas con la familia real británica... Y, por encima de todas estas fuerzas e influencias, encauzándolas o dirigiéndolas abiertamente en muchos casos, el judaismo -sionista o no-. Éstos fueron los abanderados del Partido de la guerra, que disponía de formidables recursos financieros y políticos, y estaba respaldado por Wall Street y su «fondé de pouvoirs», Roosevelt.
    Ese «Partido de la guerra» consiguió sembrar la nerviosidad y el confusionismo entre las masas desorientadas agitando ante los ojos de éstas el espantajo de un Hitler traicionero que se preparaba a reconquistar la Alsacia-Lorena (1) y a arrebatarle a Inglaterra su inmenso imperio colonial.
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