Hace ahora 100 años, el 28 de junio de 1914, dos disparos de un nacionalista serbio en Sarajevo contra el heredero del Imperio Austrohúngaro, Francisco Fernando, desencadenaron la catástrofe de las catástrofes. La Primera Guerra Mundial empezó en agosto y, cuatro años después, había dejado millones de muertos, borrado del mapa cuatro imperios, cambiado el mapa de Europa para siempre. La Revolución Rusa forma parte de este conflicto. El surgimiento de los grandes totalitarismos del siglo XX, el fascismo, el nazismo y el estalinismo, no se puede entender sin lo que ocurrió entre 1914 y 1918. Para muchos historiadores, la Segunda Guerra Mundial es una continuación de la Primera, tanto que algunos lo consideran el mismo conflicto. Hitler fue un soldado herido (y condecorado) en la batalla del Somme y su odio asesino hacia los judíos, que desencadenó el holocausto, se forjó en los años posteriores a la Gran Guerra.
El símbolo máximo de los efectos permanentes de las trincheras sobre la sociedad fueron los llamados gueules casées, los heridos que volvieron del frente desfigurados, mostrando un horror nuevo: los efectos de la unión de la tecnología moderna con la guerra. La Primera Guerra Mundial sigue teniendo muchos efectos concretos sobre la vida cotidiana, desde las millones de bombas sin explotar en los campos de Flandes, que provocan todavía víctimas, hasta los cientos de miles de desaparecidos por no hablar de las fronteras de Oriente Próximo, consecuencia del conflicto, que los yihadistas están tratando actualmente de cambiar en Siria e Irak.
El centenario de la I Guerra Mundial, que los países implicados conmemoran este verano, ha venido acompañado de una avalancha de publicaciones. Las más importantes, como Sonámbulos, de Christopher Clarke, o 1914, de Margaret MacMillan, tratan de aclarar la gran incógnita que rodea todavía este conflicto: ¿Cómo empezó? ¿Cómo fue posible? Clarke defiende una idea que provoca una profunda inquietud: la imprevisibilidad, era más probable que no hubiese ocurrido y, sin embargo, ocurrió, los líderes mundiales avanzaron como sonámbulos hacia el abismo sin saber muy bien lo que estaban haciendo y, desde luego, inconscientes de las consecuencias de sus actos.
La Primera Guerra Mundial es un campo de estudio infinito y apasionante: es el conflicto que definió nuestro mundo y, seguramente, no conozcamos todavía todas sus consecuencias.
El símbolo máximo de los efectos permanentes de las trincheras sobre la sociedad fueron los llamados gueules casées, los heridos que volvieron del frente desfigurados, mostrando un horror nuevo: los efectos de la unión de la tecnología moderna con la guerra. La Primera Guerra Mundial sigue teniendo muchos efectos concretos sobre la vida cotidiana, desde las millones de bombas sin explotar en los campos de Flandes, que provocan todavía víctimas, hasta los cientos de miles de desaparecidos por no hablar de las fronteras de Oriente Próximo, consecuencia del conflicto, que los yihadistas están tratando actualmente de cambiar en Siria e Irak.
El centenario de la I Guerra Mundial, que los países implicados conmemoran este verano, ha venido acompañado de una avalancha de publicaciones. Las más importantes, como Sonámbulos, de Christopher Clarke, o 1914, de Margaret MacMillan, tratan de aclarar la gran incógnita que rodea todavía este conflicto: ¿Cómo empezó? ¿Cómo fue posible? Clarke defiende una idea que provoca una profunda inquietud: la imprevisibilidad, era más probable que no hubiese ocurrido y, sin embargo, ocurrió, los líderes mundiales avanzaron como sonámbulos hacia el abismo sin saber muy bien lo que estaban haciendo y, desde luego, inconscientes de las consecuencias de sus actos.
La Primera Guerra Mundial es un campo de estudio infinito y apasionante: es el conflicto que definió nuestro mundo y, seguramente, no conozcamos todavía todas sus consecuencias.