Iniciamos este Tomo II con un capítulo dedicado a la figura quizás más emblemática surgida en Al Ándalus: Almánzor. Este período proporcionó a Al Ándalus la etapa de mayor esplendor militar que jamás conociera en España.
No obstante, el apogeo musulmán no fue más que “el canto del cisne” de su supremacía, pues con la desaparición de Almanzor y de sus hijos, se desplomó todo el entramado tan trabajosamente elaborado durante treinta años, dando paso a una etapa de luchas por el poder y guerras civiles que a través de casi veinticinco años acabaron con el otrora poderoso califato de Córdoba, iniciándose esa etapa de desmembración interior conocida como los reinos de Taifas.
El hundimiento del poder musulmán fue parejo con el renacer de los reinos cristianos. Así, Navarra experimenta el mayor poder de su historia, si bien tan solo duraría lo que el reinado de Sancho III Garcés (1023- 1035). La muerte del navarro permite que en los territorios orientales se consolide un nuevo estado, Aragón, que andando el tiempo se constituiría, junto con Castilla, en el otro motor de la Reconquista.
Dos años después de la muerte del navarro, se produce la primera unión de Castilla y León en la persona de Fernando I de Castilla (1037-1065), que ostenta ahora la primacía entre los reinos del Norte. Lamentablemente, esta obra se malogró cuando a su muerte repartió el reino entre sus cinco hijos, dando lugar a otro período de violencia que se resolvería con una nueva unión (la segunda) de Castilla y León, bajo el gobierno de su hijo Alfonso VI.
El imperio almorávide logró aunar a un amplio espacio territorial, que desde los confines mauritanos llegó hasta nuestro valle del Ebro. En cuanto a sus ejércitos, su superioridad numérica y el hábil empleo de la caballería ligera, le permitieron utilizar unas tácticas de combate que les llevaron a la victoria en batallas tan significativas como Sagradas (1086), Consuegra (1097) o Uclés (1108).
La desaparición del imperio almorávide en la Península dio lugar en Al Ándalus a una nueva división del poder musulmán dando lugar a las Segundas Taifas. Al mismo tiempo, en el territorio más occidental de la Península fue naciendo con personalidad propia el condado de Portugal que se erigió como reino independiente en 1143 con Alfonso Enríquez como su primer monarca.
Navarra se queda aislada entre Castilla y Aragón y no tiene más remedio que mirar hacía el norte de los Pirineos, buscando apoyos para conservar su independencia. Finalmente Aragón, al que se ha unido el condado de Barcelona, ha roto la barrera del Ebro, y se expande hacia el sur presentándose como una nueva monarquía sólida y cohesionada del norte Peninsular.
La España de la segunda mitad del siglo XII y el primer decenio del XIII se va a caracterizar por la gran estabilidad de todos los reyes cristianos. Sobresale entre todos Castilla, destacada ya como primera potencia militar del norte cristiano, en el que Alfonso VIII permanece en el poder durante 56 años.
En cuanto a la España islámica, vuelve a cometer el mismo error que con los almorávides y llama a los almohades para que les protejan de aquellos. Este imperio almohade surge en el actual Marruecos, en el siglo XII, como reacción a la relajación religiosa de los almorávides.
El nuevo poder pasa a la Península en 1146 y de nuevo se repitió la historia. Una vez más unifican todo el territorio de Al Ándalus bajo su cetro y de nuevo derrotan a los cristianos en la batalla de Alarcos (1195).
Sin embargo, de la misma forma que Sagradas no tuvo consecuencias trascendentales para el norte cristiano, tampoco la tuvo Alarcos, que en realidad no fue más que un “primer asalto” para la que sería la gran batalla trascendental de la Reconquista, que pondría fin al poder almohade, y por ende, del musulmán en la Península: la batalla de las Navas de Tolosa.
No obstante, el apogeo musulmán no fue más que “el canto del cisne” de su supremacía, pues con la desaparición de Almanzor y de sus hijos, se desplomó todo el entramado tan trabajosamente elaborado durante treinta años, dando paso a una etapa de luchas por el poder y guerras civiles que a través de casi veinticinco años acabaron con el otrora poderoso califato de Córdoba, iniciándose esa etapa de desmembración interior conocida como los reinos de Taifas.
El hundimiento del poder musulmán fue parejo con el renacer de los reinos cristianos. Así, Navarra experimenta el mayor poder de su historia, si bien tan solo duraría lo que el reinado de Sancho III Garcés (1023- 1035). La muerte del navarro permite que en los territorios orientales se consolide un nuevo estado, Aragón, que andando el tiempo se constituiría, junto con Castilla, en el otro motor de la Reconquista.
Dos años después de la muerte del navarro, se produce la primera unión de Castilla y León en la persona de Fernando I de Castilla (1037-1065), que ostenta ahora la primacía entre los reinos del Norte. Lamentablemente, esta obra se malogró cuando a su muerte repartió el reino entre sus cinco hijos, dando lugar a otro período de violencia que se resolvería con una nueva unión (la segunda) de Castilla y León, bajo el gobierno de su hijo Alfonso VI.
El imperio almorávide logró aunar a un amplio espacio territorial, que desde los confines mauritanos llegó hasta nuestro valle del Ebro. En cuanto a sus ejércitos, su superioridad numérica y el hábil empleo de la caballería ligera, le permitieron utilizar unas tácticas de combate que les llevaron a la victoria en batallas tan significativas como Sagradas (1086), Consuegra (1097) o Uclés (1108).
La desaparición del imperio almorávide en la Península dio lugar en Al Ándalus a una nueva división del poder musulmán dando lugar a las Segundas Taifas. Al mismo tiempo, en el territorio más occidental de la Península fue naciendo con personalidad propia el condado de Portugal que se erigió como reino independiente en 1143 con Alfonso Enríquez como su primer monarca.
Navarra se queda aislada entre Castilla y Aragón y no tiene más remedio que mirar hacía el norte de los Pirineos, buscando apoyos para conservar su independencia. Finalmente Aragón, al que se ha unido el condado de Barcelona, ha roto la barrera del Ebro, y se expande hacia el sur presentándose como una nueva monarquía sólida y cohesionada del norte Peninsular.
La España de la segunda mitad del siglo XII y el primer decenio del XIII se va a caracterizar por la gran estabilidad de todos los reyes cristianos. Sobresale entre todos Castilla, destacada ya como primera potencia militar del norte cristiano, en el que Alfonso VIII permanece en el poder durante 56 años.
En cuanto a la España islámica, vuelve a cometer el mismo error que con los almorávides y llama a los almohades para que les protejan de aquellos. Este imperio almohade surge en el actual Marruecos, en el siglo XII, como reacción a la relajación religiosa de los almorávides.
El nuevo poder pasa a la Península en 1146 y de nuevo se repitió la historia. Una vez más unifican todo el territorio de Al Ándalus bajo su cetro y de nuevo derrotan a los cristianos en la batalla de Alarcos (1195).
Sin embargo, de la misma forma que Sagradas no tuvo consecuencias trascendentales para el norte cristiano, tampoco la tuvo Alarcos, que en realidad no fue más que un “primer asalto” para la que sería la gran batalla trascendental de la Reconquista, que pondría fin al poder almohade, y por ende, del musulmán en la Península: la batalla de las Navas de Tolosa.