Hacia mediados del Siglo III a.C. dos grandes potencias empezaron a disputarse la hegemonía en el Mediterráneo Occidental: Roma y Cartago. Hasta esa fecha sus relaciones habían sido cordiales
En el 348 a.C., se ponía la ciudad de Mastia de los Tartesios como límite meridional de las actividades piráticas y a la fundación de colonias de los romanos y sus aliados. Así, quedaban las costas del Sur de la Península exclusivamente reservadas a los cartagineses, mientras que en las del Este los romanos, es decir sus aliados griegos, podían establecerse y comerciar.
Con la derrota de Pirro, Roma elimina las amenazas directas sobre su territorio peninsular y se encuentra libre para pensar en nuevos horizontes, en los que chocará con los intereses cartagineses.
Los mercenarios mamertinos que habían estado al servicio de Agatocles, rey de Siracusa, se rebelaron contra su ciudad a la muerte de éste (282 a.C.), y ocuparon Mesina con la pretensión de convertirla en república independiente. El nuevo rey siracusano, Hieron, no estaba dispuesto a consentirlo y tras vencerlos en campo abierto, puso cerco a la ciudad. A esta situación respondieron los mercenarios solicitando ayuda tanto a Cartago como a Roma; a la primera, por ser enemiga de Siracusa y, a la segunda, por parentesco racial. Como consecuencia de esta petición, las legiones romanas desembarcaron en Sicilia en el año 263 a.C.
Para Cartago, la derrota en la I Guerra Púnica supuso no sólo la pérdida de Sicilia, sino, también el desencadenamiento de una crisis de poder intensa, de consecuencias sobremanera decisivas. En Cartago se disputaban el poder dos partidos: el agrario y el de los comerciantes e industriales. En el momento que se trata, lo detentaba el primero, pero se vieron inmersos en una nueva crisis provocada por la sublevación de los mercenarios que reclamaban sus haberes, para cuyo pago no existía dinero en las arcas cartaginesas..
Pero aún no habían terminado los problemas de Cartago. Los mercenarios asentados en Cerdeña se sublevaron contra sus patronos tratando de, como sus correligionarios antes en Sicilia, crear una república de mercenarios. Roma se decantó por intervenir en la isla atendiendo a la petición de sus habitantes. Cuando los cartagineses protestaron por ello e hicieron intención de marchar contra los rebeldes, los romanos les amenazaron con la guerra.
Cartago no estaba en condiciones de enzarzarse en un nuevo conflicto con Roma y, en virtud del nuevo tratado de paz, el IX, tuvieron que pagar, además, costas de reparaciones por un montante de 1.200 talentos, por una guerra que jamás había tenido lugar. Resulta difícil de entender las grandes dosis de oportunismo de que Roma hizo gala, creando en Cartago unos sentimientos de odio y de impotencia que no tardarán en traer consecuencias para nuestro país. El Senado cartaginés contempló dos soluciones, siempre dirigidas a la anexión de nuevos territorios: ampliar sus dominios en el Norte de África o en la Península Ibérica. Esta segunda postura, apoyada por los partidarios de la familia de los Barcas, fue la que prosperó.
Este enfrentamiento cubre la II Guerra Púnica, que se inicia con la conquista de Sagunto por Anibal y culmina con la derrota de éste mismo por uno de los Escipiones (Publio Cornelio Escipión) en la batalla de Zama, desarrollada en el Norte de África.
Este enfrentamiento entre ambas naciones finaliza en la III Guerra Púnica, que acaba con la derrota cartaginesa y la destrucción de la ciudad de Cartago.
Este trabajo tiene su epílogo en la Hispania romana, con uno de los hechos más significativos de nuestra historia la resistencia y destrucción de Numancia, una vez más lograda por un Escipión, el mismo que derrotó y destruyó Cartago.
En el 348 a.C., se ponía la ciudad de Mastia de los Tartesios como límite meridional de las actividades piráticas y a la fundación de colonias de los romanos y sus aliados. Así, quedaban las costas del Sur de la Península exclusivamente reservadas a los cartagineses, mientras que en las del Este los romanos, es decir sus aliados griegos, podían establecerse y comerciar.
Con la derrota de Pirro, Roma elimina las amenazas directas sobre su territorio peninsular y se encuentra libre para pensar en nuevos horizontes, en los que chocará con los intereses cartagineses.
Los mercenarios mamertinos que habían estado al servicio de Agatocles, rey de Siracusa, se rebelaron contra su ciudad a la muerte de éste (282 a.C.), y ocuparon Mesina con la pretensión de convertirla en república independiente. El nuevo rey siracusano, Hieron, no estaba dispuesto a consentirlo y tras vencerlos en campo abierto, puso cerco a la ciudad. A esta situación respondieron los mercenarios solicitando ayuda tanto a Cartago como a Roma; a la primera, por ser enemiga de Siracusa y, a la segunda, por parentesco racial. Como consecuencia de esta petición, las legiones romanas desembarcaron en Sicilia en el año 263 a.C.
Para Cartago, la derrota en la I Guerra Púnica supuso no sólo la pérdida de Sicilia, sino, también el desencadenamiento de una crisis de poder intensa, de consecuencias sobremanera decisivas. En Cartago se disputaban el poder dos partidos: el agrario y el de los comerciantes e industriales. En el momento que se trata, lo detentaba el primero, pero se vieron inmersos en una nueva crisis provocada por la sublevación de los mercenarios que reclamaban sus haberes, para cuyo pago no existía dinero en las arcas cartaginesas..
Pero aún no habían terminado los problemas de Cartago. Los mercenarios asentados en Cerdeña se sublevaron contra sus patronos tratando de, como sus correligionarios antes en Sicilia, crear una república de mercenarios. Roma se decantó por intervenir en la isla atendiendo a la petición de sus habitantes. Cuando los cartagineses protestaron por ello e hicieron intención de marchar contra los rebeldes, los romanos les amenazaron con la guerra.
Cartago no estaba en condiciones de enzarzarse en un nuevo conflicto con Roma y, en virtud del nuevo tratado de paz, el IX, tuvieron que pagar, además, costas de reparaciones por un montante de 1.200 talentos, por una guerra que jamás había tenido lugar. Resulta difícil de entender las grandes dosis de oportunismo de que Roma hizo gala, creando en Cartago unos sentimientos de odio y de impotencia que no tardarán en traer consecuencias para nuestro país. El Senado cartaginés contempló dos soluciones, siempre dirigidas a la anexión de nuevos territorios: ampliar sus dominios en el Norte de África o en la Península Ibérica. Esta segunda postura, apoyada por los partidarios de la familia de los Barcas, fue la que prosperó.
Este enfrentamiento cubre la II Guerra Púnica, que se inicia con la conquista de Sagunto por Anibal y culmina con la derrota de éste mismo por uno de los Escipiones (Publio Cornelio Escipión) en la batalla de Zama, desarrollada en el Norte de África.
Este enfrentamiento entre ambas naciones finaliza en la III Guerra Púnica, que acaba con la derrota cartaginesa y la destrucción de la ciudad de Cartago.
Este trabajo tiene su epílogo en la Hispania romana, con uno de los hechos más significativos de nuestra historia la resistencia y destrucción de Numancia, una vez más lograda por un Escipión, el mismo que derrotó y destruyó Cartago.