El inmortal relato de Jenofonte sobre la expedición militar griega al interior del imperio persa y su retirada al Mar Negro sorteando toda clase de peligros y penurias que lo han convertido en un clásico universal.
A comienzos del siglo V a. C., Ciro el Joven intentaba usurpar el trono de Persia, que se hallaba en manos de su hermano mayor Artajerjes II. Con tal motivo, contrató un enorme ejército de mercenarios griegos, los famosos 10.000, que con sus pesados escudos de bronce a la espalda se pusieron a las órdenes del usurpador persa.
Aquí comienza una de los relatos más célebres de la Antigüedad, la Anábasis, la expedición desde la costa de la actual Turquía hasta lo más profundo de la península de Anatolia y su regreso al Mar Negro. El contingente griego estaba formado por curtidos excombatientes de la Guerra del Peloponeso, adornados de los éxitos heleno en las batallas de Platea y Maratón. El viaje estuvo jalonado por múltiples aventuras y vicisitudes, la más determinante de las cuales fue la pírrica victoria en la batalla de Cunaxa, en la profunda Babilonia en el 401 a C., que resultó irrelevante al caer el propio Ciro. Este hecho marcó el fin de la expedición militar como tal. A partir de ese momento, los compañeros persas se cambiaron de bando y engrosaron las filas del enemigo. Los cabecillas griegos, con el general espartano Clearco al frente de ellos, fueron o bien asesinados o bien capturados por encargo del sátrapa persa Tisafernes, con lo cual los 10.000 se encontraron abandonados a su suerte en lo más profundo del Imperio Persa, sin comunicaciones ni suministros de ningún tipo.
En este momento los griegos dan muestra de su entereza de ánimo para escoger nuevos jefes y tomar la decisión de encaminarse hacia el Norte, retirándose hacia el Mar Negro (de aquí que “Anábasis” se traduzca también como “retirada”), con la esperanza de poder así regresar a su patria evitando los peligros del territorio persa. Uno de los jefes de esta república andante, y que nos legará el inmortal relato de esta expedición, fue Jenofonte. El camino, plagado de peligros y penurias, finalizó con el famoso grito “Thalassa, thalassa” (“El mar, el mar”) cuando por fín vieron a lo lejos el Mar Negro, y con ello la esperanza de encontrar naves mercantes que les devolvieran a casa, tras unos cuantos miles de kilómetros caminados a sus espaldas que se han convertido en una narración inmortal.
A comienzos del siglo V a. C., Ciro el Joven intentaba usurpar el trono de Persia, que se hallaba en manos de su hermano mayor Artajerjes II. Con tal motivo, contrató un enorme ejército de mercenarios griegos, los famosos 10.000, que con sus pesados escudos de bronce a la espalda se pusieron a las órdenes del usurpador persa.
Aquí comienza una de los relatos más célebres de la Antigüedad, la Anábasis, la expedición desde la costa de la actual Turquía hasta lo más profundo de la península de Anatolia y su regreso al Mar Negro. El contingente griego estaba formado por curtidos excombatientes de la Guerra del Peloponeso, adornados de los éxitos heleno en las batallas de Platea y Maratón. El viaje estuvo jalonado por múltiples aventuras y vicisitudes, la más determinante de las cuales fue la pírrica victoria en la batalla de Cunaxa, en la profunda Babilonia en el 401 a C., que resultó irrelevante al caer el propio Ciro. Este hecho marcó el fin de la expedición militar como tal. A partir de ese momento, los compañeros persas se cambiaron de bando y engrosaron las filas del enemigo. Los cabecillas griegos, con el general espartano Clearco al frente de ellos, fueron o bien asesinados o bien capturados por encargo del sátrapa persa Tisafernes, con lo cual los 10.000 se encontraron abandonados a su suerte en lo más profundo del Imperio Persa, sin comunicaciones ni suministros de ningún tipo.
En este momento los griegos dan muestra de su entereza de ánimo para escoger nuevos jefes y tomar la decisión de encaminarse hacia el Norte, retirándose hacia el Mar Negro (de aquí que “Anábasis” se traduzca también como “retirada”), con la esperanza de poder así regresar a su patria evitando los peligros del territorio persa. Uno de los jefes de esta república andante, y que nos legará el inmortal relato de esta expedición, fue Jenofonte. El camino, plagado de peligros y penurias, finalizó con el famoso grito “Thalassa, thalassa” (“El mar, el mar”) cuando por fín vieron a lo lejos el Mar Negro, y con ello la esperanza de encontrar naves mercantes que les devolvieran a casa, tras unos cuantos miles de kilómetros caminados a sus espaldas que se han convertido en una narración inmortal.