Aunque España permaneciera neutral en la Primera Guerra Mundial, no estuvo del todo al margen: no quiso hacer la guerra, pero «la guerra se le metió en casa». Fue campo de batalla para los servicios de espionaje de los dos bandos contendientes. Los propios beligerantes eligieron el territorio de la península para librar una guerra de espionaje, sabotaje y propaganda, una guerra invisible, sin frentes, destinada a favorecer sus intereses y a cuidar su imagen en la opinión pública para preparar las condiciones económicas de la paz. Desencadenaron sobre el territorio español una lucha despiadada con medios legales e ilegales: bloqueo portuario y marítimo, guerra submarina, abastecimiento de los beligerantes, violación de aguas jurisdiccionales, pero también difusión de rumores y mentiras, impresión de libelos en el idioma del enemigo, fomentando una psicosis de «espionitis», con presencia de agentes secretos y circulación epistolar de bacilos patógenos. En 1917, se podía afirmar que Madrid, Barcelona y los puertos habían llegado a ser «nidos de espías» manipulados por servicios extranjeros no siempre bien coordinados.
Eduardo González Calleja es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid.
Paul Aubert es catedrático de Literatura y Civilización Españolas Contemporáneas en la Universidad de Aix-Marsella. Fue director de estudios de la Casa de Velázquez en Madrid.
Eduardo González Calleja es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid.
Paul Aubert es catedrático de Literatura y Civilización Españolas Contemporáneas en la Universidad de Aix-Marsella. Fue director de estudios de la Casa de Velázquez en Madrid.