Los discursos reunidos en este volumen muestran a Cicerón en su faceta de abogado, la que le convirtió en modelo de prosa latina.
En defensa de Sexto Roscio Amerino, del 80 a.C., concierne a una acusación de parricidio. Es el primer discurso de Cicerón en una causa criminal. Sostiene que el padre de Roscio fue asesinado en Roma por vecinos y parientes agraviados. Mediante intrigas políticas y jurídicas, un liberto se había quedado con las posesiones del padre, y para asegurar el éxito de la operación acusó del crimen al hijo. Cicerón le desenmascara y le pone en evidencia.
En defensa de la ley Manilia, conocido también como «Sobre el mando de Pompeyo», del año 66 y pronunciado ante el pueblo siendo Cicerón pretor, abona la propuesta del tribuno Manilio con relación a extender el mando de Pompeyo en Asia a Bitinia, Ponto y Armenia, a fin de permitirle combatir a Mitridates. Es el primer discurso de Cicerón sobre asuntos plenamente públicos. El mando se concedió a pesar de la oposición del Senado.
En defensa de Aulo Cluencio, del año 66, se pone de parte de un hombre que anteriormente había acusado a su padrastro de haber intentado envenenarle y había logrado su condena al exilio (en un proceso muy turbio); un hijo del padrastro había acusado después a Cluencio de envenenarle durante el exilio y haber sobornado al jurado. El discurso, muy lucido, ofrece además mucha información sobre las relaciones familiares en Roma.
En defensa de Lucio Murena, del 63 a.C., defiende al hombre que debía ocupar al año siguiente el cargo de cónsul, a quien Catón acusaba de haber ganado la elección mediante soborno. Cicerón se muestra aquí muy pragmático: ridiculiza el excesivo envaramiento moral y afirma que si el cargo es desempeñado por una persona capaz resulta secundario cómo lo haya obtenido ésta.
En defensa de Sexto Roscio Amerino, del 80 a.C., concierne a una acusación de parricidio. Es el primer discurso de Cicerón en una causa criminal. Sostiene que el padre de Roscio fue asesinado en Roma por vecinos y parientes agraviados. Mediante intrigas políticas y jurídicas, un liberto se había quedado con las posesiones del padre, y para asegurar el éxito de la operación acusó del crimen al hijo. Cicerón le desenmascara y le pone en evidencia.
En defensa de la ley Manilia, conocido también como «Sobre el mando de Pompeyo», del año 66 y pronunciado ante el pueblo siendo Cicerón pretor, abona la propuesta del tribuno Manilio con relación a extender el mando de Pompeyo en Asia a Bitinia, Ponto y Armenia, a fin de permitirle combatir a Mitridates. Es el primer discurso de Cicerón sobre asuntos plenamente públicos. El mando se concedió a pesar de la oposición del Senado.
En defensa de Aulo Cluencio, del año 66, se pone de parte de un hombre que anteriormente había acusado a su padrastro de haber intentado envenenarle y había logrado su condena al exilio (en un proceso muy turbio); un hijo del padrastro había acusado después a Cluencio de envenenarle durante el exilio y haber sobornado al jurado. El discurso, muy lucido, ofrece además mucha información sobre las relaciones familiares en Roma.
En defensa de Lucio Murena, del 63 a.C., defiende al hombre que debía ocupar al año siguiente el cargo de cónsul, a quien Catón acusaba de haber ganado la elección mediante soborno. Cicerón se muestra aquí muy pragmático: ridiculiza el excesivo envaramiento moral y afirma que si el cargo es desempeñado por una persona capaz resulta secundario cómo lo haya obtenido ésta.