- A la Medianoche -
Es el testimonio personal de Javier Arzuaga, capellán en aquel tiempo de Casablanca, eran los primeros días de la revolución cubana, una desgarradora crónica de aquellos primeros meses del año 59 en la prisión de La Cabaña.
Lo que yo escribí nació con espíritu e intención de testimonio. Un grupo de amigos cubanos venía insistiendo una y otra vez: Javier, esos recuerdos no te pertenecen, no tienes derecho a llevártelos contigo cuando mueras, pertenecen a Cuba, son parte de su historia.
Antes de sentarme a escribir, había mantenido durante cuarenta y pico de años mis recuerdos como encerrados en un baúl con un sello que decía “Silencio” arriba. En parte por no dejar al descubierto los problemas íntimos de dudas e inseguridades que yo cargaba por aquellos días y en parte porque entendía que mis recuerdos rozaban las vidas de unos hombres que iban al paredón a ser fusilados....
Los protagonistas de lo acontecido en La Cabaña en aquel tiempo éramos tres: el que moría, el que mataba y yo, el payaso de Dios, queriendo dar de lo que no tenía.
------
Rugió la pólvora,
rugieron los hierros y las piedras
a la medianoche
en el foso de los laureles.
Murieron de golpe todos los relojes,
lentamente y en silencio,
se dispuso a morir el tiempo.
Una a una se apagaron las estrellas,
la luna se envolvió en una manta negra.
Se abrió el suelo y dejó de existir el espacio.
Ni derecha ni izquierda,
ni arriba ni abajo,
ni adentro ni afuera.
Todo quieto, nada se movía,
los muros y los árboles idos en el humo,
el miedo navegando como una nube.
Se llenó de fantasmas La Cabaña.
Eramos un ballet de fantasmas
dirigido por la Muerte.
De vacío en vacío,
de silencio en silencio.
A la medianoche.
-----
No creo que se plasme en realidad, pero me gustaría regresar a Cuba. Y una vez en Cuba, antes que nada y más que nada, me gustaría subir a La Cabaña y convocar a rito de memorias llenadas de luz y de vida, sin tambores ni velas encendidas, a ángeles, duendes y fantasmas que deben seguir revoloteando, como gaviotas, sobre sus piedras oscuras, viejas, gastadas.
Es el testimonio personal de Javier Arzuaga, capellán en aquel tiempo de Casablanca, eran los primeros días de la revolución cubana, una desgarradora crónica de aquellos primeros meses del año 59 en la prisión de La Cabaña.
Lo que yo escribí nació con espíritu e intención de testimonio. Un grupo de amigos cubanos venía insistiendo una y otra vez: Javier, esos recuerdos no te pertenecen, no tienes derecho a llevártelos contigo cuando mueras, pertenecen a Cuba, son parte de su historia.
Antes de sentarme a escribir, había mantenido durante cuarenta y pico de años mis recuerdos como encerrados en un baúl con un sello que decía “Silencio” arriba. En parte por no dejar al descubierto los problemas íntimos de dudas e inseguridades que yo cargaba por aquellos días y en parte porque entendía que mis recuerdos rozaban las vidas de unos hombres que iban al paredón a ser fusilados....
Los protagonistas de lo acontecido en La Cabaña en aquel tiempo éramos tres: el que moría, el que mataba y yo, el payaso de Dios, queriendo dar de lo que no tenía.
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Rugió la pólvora,
rugieron los hierros y las piedras
a la medianoche
en el foso de los laureles.
Murieron de golpe todos los relojes,
lentamente y en silencio,
se dispuso a morir el tiempo.
Una a una se apagaron las estrellas,
la luna se envolvió en una manta negra.
Se abrió el suelo y dejó de existir el espacio.
Ni derecha ni izquierda,
ni arriba ni abajo,
ni adentro ni afuera.
Todo quieto, nada se movía,
los muros y los árboles idos en el humo,
el miedo navegando como una nube.
Se llenó de fantasmas La Cabaña.
Eramos un ballet de fantasmas
dirigido por la Muerte.
De vacío en vacío,
de silencio en silencio.
A la medianoche.
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No creo que se plasme en realidad, pero me gustaría regresar a Cuba. Y una vez en Cuba, antes que nada y más que nada, me gustaría subir a La Cabaña y convocar a rito de memorias llenadas de luz y de vida, sin tambores ni velas encendidas, a ángeles, duendes y fantasmas que deben seguir revoloteando, como gaviotas, sobre sus piedras oscuras, viejas, gastadas.