Rojo, encarnado muy vivo, primer color del espectro solar. Color que tomó, durante los sucesos de febrero de 1917 en Rusia, el cariz de símbolo de la revolución. Color que suscitó, en la convulsa política del período de entreguerras, la fe en alcanzar la utopía igualitaria; y que infundió el miedo por la amenaza a la tradición. Una lucha simbólica, de imágenes contrapuestas del «enemigo». Así también en España, cuando tras el golpe de Estado del 17 y 18 de julio de 1936, la violencia desatada en una situación de guerra se imbricó con la representación propagandística de los «rojos» como enemigos absolutos. Una imagen deshumanizada que la victoria de la «España nacional» arraigó como estereotipo en la visión colectiva, y que ha persistido como lugar común del lenguaje cotidiano.
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