Este nuevo libro de Fernando Barbero, ilustrado magníficamente por César Llaguno y prologado por Matías Escalera Cordero, a quienes desde Queimada agradecemos su contribución al libro, es una colección de relatos de diferente volumen y peso narrativos que encaja perfectamente con dos de los objetivos que intentamos desde nuestra editorial: explicar y entretener.
El aprendizaje a través de la lectura, como de alguna manera el de la propia vida, se compone de sesudos manuales y de sencillos relatos. No recuerdo a quién escuché una vez decir, que en
una canción de Rafaél de León, el más famoso letrista de la copla, se cuenta una historia para la que Zola o Víctor Hugo habrían necesitado un libro de 500 páginas.
Las historias de este libro nos hablan de personajes a contracorriente, que saben que lo son pero que están dominados por ese fatum griego que les hace seguir adelante sin pestañear, arriesgando su vida porque, sencillamente, lo que se debe hacer alguien tiene que hacerlo. Son perdedores, pero esta última característica les hace parecerse mucho a algunos vencedores, dominados
por el sentimiento de obligación, de deber. Por eso sus logros se imponen. Nunca en una gran batalla, nunca ganarán una gran guerra. Pero a veces consiguen victorias que tienen una
fuerza y proyección mucho mayores que su propia dimensión.
Lo que les diferencia, fundamentalmente es que luchan en inferioridad y se enfrentan a los poderosos solo con su inteligencia, su determinación y sus propios recursos. Su moralidad puede ser,
incluso, discutible a veces, pero no luchan nunca con ventaja.
El aprendizaje a través de la lectura, como de alguna manera el de la propia vida, se compone de sesudos manuales y de sencillos relatos. No recuerdo a quién escuché una vez decir, que en
una canción de Rafaél de León, el más famoso letrista de la copla, se cuenta una historia para la que Zola o Víctor Hugo habrían necesitado un libro de 500 páginas.
Las historias de este libro nos hablan de personajes a contracorriente, que saben que lo son pero que están dominados por ese fatum griego que les hace seguir adelante sin pestañear, arriesgando su vida porque, sencillamente, lo que se debe hacer alguien tiene que hacerlo. Son perdedores, pero esta última característica les hace parecerse mucho a algunos vencedores, dominados
por el sentimiento de obligación, de deber. Por eso sus logros se imponen. Nunca en una gran batalla, nunca ganarán una gran guerra. Pero a veces consiguen victorias que tienen una
fuerza y proyección mucho mayores que su propia dimensión.
Lo que les diferencia, fundamentalmente es que luchan en inferioridad y se enfrentan a los poderosos solo con su inteligencia, su determinación y sus propios recursos. Su moralidad puede ser,
incluso, discutible a veces, pero no luchan nunca con ventaja.