La geografía, el paisaje, la naturaleza
no humana, ya no tiene vida dentro
de las creaciones escritas; al menos que
el Creador, el Dios, no ponga esa naturaleza
en el alma de los personajes. La
razón es que la pantalla televisiva, que
tiene sus limitaciones al entrar en las
virtudes y tormentos del alma humana,
pues depende de las propias representaciones
que el humano pueda hacer, recorre,
día a día, la tierra, la mar y el universo
conocido; y lo hace mostrando los
más recónditos y extraños lugares. Ninguna
descripción escrita puede superar
lo auténtico de esas fotografías.
Esos lugares ya no son misterios cuando
un niño ha llegado a la edad en que
debe aprender a leer y escribir. Han visto,
infinidades de veces, el mundo entero.
Razón que obliga al creador de hoy, para
mantener el interés del lector, a obviar esa
naturaleza que antes ocupaba el cuarenta
por ciento de la obra narrativa.
Como dije, esa naturaleza hoy no
es atractiva al menos que el creador no
la coloque en el aún –y es bueno que
así sea– no descifrado misterio del
alma humana. Esa naturaleza hoy no
es atractiva al ojo del lector al menos
que usted no haga, como lo hace, por
ejemplo, el poeta interiorista Jaime
Tatem Brache, en Rituales de la lluvia:
He aquí.
…Me asombran las noches
porque desde el poema se desparrama
el tiempo por caminos de sueños…
La naturaleza a la que nos estamos
refiriendo puede ser parte de la obra
narrativa si se trata de un período ya
desaparecido en el que al lector hay que
ubicarlo dentro del juego espacio-tiempo.
O, última circunstancia que pueda
yo ver, cuando se trate de una obra futurista
en la que al lector se le describa
como será el paisaje, los ríos, la mar y
el mundo de bloques, cementos y varillas.
Aún, en este caso, hay que ocuparse
muy bien para saber que no se
está describiendo algo que ya apareció
en las películas de ciencia ficción.
Creo, que el doctor Bruno Rosario Candelier
previó esa circunstancia –quizás sin
darse cuenta porque los grandes descubrimientos
se hacen así– cuando estructuró al
Movimiento Interiorista, del cual soy dirigente
nacional.
Digo que lo previó, porque he descubierto
en la literatura interiorista surgir, en
forma natural, ese uso tan adecuado, en
nuestros tiempos, de los recursos naturales.
De ahí que el amable lector no encontrará,
en esta novela, las bien imaginadas
confrontaciones que entre hombre y naturaleza
aparecen en las grandes obras literarias
como Pinocho, de Carlo Collodí, Under
the moon (Bajo la luna), de Scout, Foresman
and Company, donde se recogen los clásicos
de la tradición americana, Los cuentos de
la Nana Lupe, de nuestro Pedro Henríquez
Ureña, Los maravillosos cuentos de siempre, que
publicara el Grupo Anaya, S.A., de Madrid,
en los que se recoge la gran obra de Jacob y
Wilhelm Grimm y Hans Christian Andersen;
El Principito –Le petit prince– de Antoine
De Sant-Exupéry, o, nuestro eterno Don
Quijote De La Mancha, del inmortal Miguel
De Cervantes.
La pregunta está entonces en ¿cómo
hacer un libro de lectura para niños y adultos
que sin usar las fantasías ya cocinadas
por la televisión mantenga el interés de
ambas regeneraciones? ¿Cuál será la literatura
infantil en un mundo donde la verdad
ha dejado de ser una preocupación
para convertirse en una mortificación? La
respuesta está en usar la técnica interiorista
de incorporar la naturaleza a las ilusiones
del alma humana, en expresar la
verdad como un don poético, no como
un valor histórico.
PRISAJÚ es entonces, al igual que
¡Explorando! La imaginación infantil, el
intento por satisfacer las curiosidades de
los niños de hoy. Ahora nos toca descubrir
cómo vivir de conformidad con la
propia aventura, levantar el vuelo de la
complicada imaginación de nuestra niñez
de manera que nuestros hijos aprendan a
construir viviendo el feliz mundo de la
infancia, iniciar el aprendizaje de la vida
y edificar los símbolos que le permitan
pasar esa sabiduría a sus descendientes.
no humana, ya no tiene vida dentro
de las creaciones escritas; al menos que
el Creador, el Dios, no ponga esa naturaleza
en el alma de los personajes. La
razón es que la pantalla televisiva, que
tiene sus limitaciones al entrar en las
virtudes y tormentos del alma humana,
pues depende de las propias representaciones
que el humano pueda hacer, recorre,
día a día, la tierra, la mar y el universo
conocido; y lo hace mostrando los
más recónditos y extraños lugares. Ninguna
descripción escrita puede superar
lo auténtico de esas fotografías.
Esos lugares ya no son misterios cuando
un niño ha llegado a la edad en que
debe aprender a leer y escribir. Han visto,
infinidades de veces, el mundo entero.
Razón que obliga al creador de hoy, para
mantener el interés del lector, a obviar esa
naturaleza que antes ocupaba el cuarenta
por ciento de la obra narrativa.
Como dije, esa naturaleza hoy no
es atractiva al menos que el creador no
la coloque en el aún –y es bueno que
así sea– no descifrado misterio del
alma humana. Esa naturaleza hoy no
es atractiva al ojo del lector al menos
que usted no haga, como lo hace, por
ejemplo, el poeta interiorista Jaime
Tatem Brache, en Rituales de la lluvia:
He aquí.
…Me asombran las noches
porque desde el poema se desparrama
el tiempo por caminos de sueños…
La naturaleza a la que nos estamos
refiriendo puede ser parte de la obra
narrativa si se trata de un período ya
desaparecido en el que al lector hay que
ubicarlo dentro del juego espacio-tiempo.
O, última circunstancia que pueda
yo ver, cuando se trate de una obra futurista
en la que al lector se le describa
como será el paisaje, los ríos, la mar y
el mundo de bloques, cementos y varillas.
Aún, en este caso, hay que ocuparse
muy bien para saber que no se
está describiendo algo que ya apareció
en las películas de ciencia ficción.
Creo, que el doctor Bruno Rosario Candelier
previó esa circunstancia –quizás sin
darse cuenta porque los grandes descubrimientos
se hacen así– cuando estructuró al
Movimiento Interiorista, del cual soy dirigente
nacional.
Digo que lo previó, porque he descubierto
en la literatura interiorista surgir, en
forma natural, ese uso tan adecuado, en
nuestros tiempos, de los recursos naturales.
De ahí que el amable lector no encontrará,
en esta novela, las bien imaginadas
confrontaciones que entre hombre y naturaleza
aparecen en las grandes obras literarias
como Pinocho, de Carlo Collodí, Under
the moon (Bajo la luna), de Scout, Foresman
and Company, donde se recogen los clásicos
de la tradición americana, Los cuentos de
la Nana Lupe, de nuestro Pedro Henríquez
Ureña, Los maravillosos cuentos de siempre, que
publicara el Grupo Anaya, S.A., de Madrid,
en los que se recoge la gran obra de Jacob y
Wilhelm Grimm y Hans Christian Andersen;
El Principito –Le petit prince– de Antoine
De Sant-Exupéry, o, nuestro eterno Don
Quijote De La Mancha, del inmortal Miguel
De Cervantes.
La pregunta está entonces en ¿cómo
hacer un libro de lectura para niños y adultos
que sin usar las fantasías ya cocinadas
por la televisión mantenga el interés de
ambas regeneraciones? ¿Cuál será la literatura
infantil en un mundo donde la verdad
ha dejado de ser una preocupación
para convertirse en una mortificación? La
respuesta está en usar la técnica interiorista
de incorporar la naturaleza a las ilusiones
del alma humana, en expresar la
verdad como un don poético, no como
un valor histórico.
PRISAJÚ es entonces, al igual que
¡Explorando! La imaginación infantil, el
intento por satisfacer las curiosidades de
los niños de hoy. Ahora nos toca descubrir
cómo vivir de conformidad con la
propia aventura, levantar el vuelo de la
complicada imaginación de nuestra niñez
de manera que nuestros hijos aprendan a
construir viviendo el feliz mundo de la
infancia, iniciar el aprendizaje de la vida
y edificar los símbolos que le permitan
pasar esa sabiduría a sus descendientes.