Ángel la llama princesa y ella escribe poemas diciendo: “eres ese príncipe azul de quien, sin conocerte, me enamoré”. Se aman profundamente, con ese amor rojo y apasionado que pocos tienen la suerte de conocer en toda su vida. Pero ese enamoramiento loco de Ángel conlleva un peligro: las sonrisas, las miradas, los pensamientos y las minifaldas de Alba deben ser solo para él.
-¿Qué pasa, no te gustan mis piernas? –le dijo ella la primera vez, riéndose.
-Pues tampoco son para tanto –le contestó él delante de todos-, por lo menos para que las enseñes así, hasta el culo.
Fue un exabrupto que los dejó a todos descolocados y con mal sabor de boca.
A todos excepto a Tatiana, que de buena gana hubiera aplaudido.
Dos empujones, una bofetada, y una vez, el cuello… Alba sabe que solo son arrebatos, que le duelen más a él que a ella. Alba sabe que Ángel viene de un hogar en el que los malos tratos son el pan nuestro de cada día. Y, sobre todo, sabe que él la ama. Cuando escucha eso de “si te pega, no te quiere”, ella se dice que no es su caso, que Ángel la quiere. ¡Lo suyo es diferente!
Claudia es melliza de Alba y, a escondidas, lee los diarios de su hermana y así se entera de todas esas cosas que no quisiera saber; Tatiana es la vecinita de Ángel, loca por él desde que llevaba coletas, que alguna vez ha conseguido enrollarse con él y que odia a Alba con toda su alma; Alex es gay y es el mejor amigo de Alba y de Claudia; Fabio está enamorado de Alba, pero Claudia lo ama a él; Celina es la novia de el Gato, pero el padre de Alex cree que el Gato es el novio de su hijo, y esa idea hace que el muchacho empiece a plantearse dudas …
Y yo más en mi mundo que nadie; miraba a Alex, a Fabio, a Ángel… luego a Celina, a Tatiana, a Alba, a cada una de las chicas.
¿Veía tanta diferencia?
Sí, claro que sí, pero a la vez, no.
Pensaba, forzándome, en esas imágenes lésbicas que se ven a veces por Internet.
¡Qué caña!
Y pensaba también en lo contrario, en imágenes de chicos con chicos, hombres con hombres.
Oye, ¿asco? Pues… no.
Diría: qué caña, también, según qué imágenes.
Dios, ¿qué me pasa?
Yo creo que el padre de Alex me ha dado un bebedizo…
Los findes, la mayoría de los chicos del pueblo se juntan en el parque de los botellones, y allí ríen, beben, lloran, charlan, besan y observan. Después, unos se van a la discoteca y otros se pierden entren los árboles…
Él corrió detrás de ella.
-¿No vas a darme un beso?
-No tengo ganas –dijo Alba, tras una larguísima pausa.
-Aunque sea en la cara. Por favor… Estoy muy mal. Quisiera morirme…Por favor, Alba.
Alba no quería dárselo. No quería hacer nada que pudiera simbolizar que le perdonaba, pero la mirada de Ángel, suplicante, como un perrito apaleado y humilde, le mordió el corazón.
Era Ángel, su Ángel, su niño, el primero que le había hecho el amor, su príncipe azul, llevaban meses saliendo juntos. Se querían con locura, por Dios. Todo el mundo pierde los nervios alguna vez.
Había bebido dos litros de cerveza, tan deprisa. Habían discutido.
(Pues eso es lo peor)
Pero no discutían así, tanto y tan pesadamente, nunca. Y además, él sólo quería darle una colleja, casi como jugando, ¡ella le había dado montones de collejas a él!
Alba se puso de puntillas y le rozó apenas la boca, en un beso minúsculo.
Ángel, entre sus lágrimas, saboreó la sangre de sus labios.
Nunca supieron a cuál de los dos le dolió más.
Hasta que un día, Alba dice “basta”. Y Ángel dice “no, no basta. Nunca bastará”.
Y entonces, del mundo virtual en el que no todos son lo que dicen ser, surge Samuel…
-¿Qué pasa, no te gustan mis piernas? –le dijo ella la primera vez, riéndose.
-Pues tampoco son para tanto –le contestó él delante de todos-, por lo menos para que las enseñes así, hasta el culo.
Fue un exabrupto que los dejó a todos descolocados y con mal sabor de boca.
A todos excepto a Tatiana, que de buena gana hubiera aplaudido.
Dos empujones, una bofetada, y una vez, el cuello… Alba sabe que solo son arrebatos, que le duelen más a él que a ella. Alba sabe que Ángel viene de un hogar en el que los malos tratos son el pan nuestro de cada día. Y, sobre todo, sabe que él la ama. Cuando escucha eso de “si te pega, no te quiere”, ella se dice que no es su caso, que Ángel la quiere. ¡Lo suyo es diferente!
Claudia es melliza de Alba y, a escondidas, lee los diarios de su hermana y así se entera de todas esas cosas que no quisiera saber; Tatiana es la vecinita de Ángel, loca por él desde que llevaba coletas, que alguna vez ha conseguido enrollarse con él y que odia a Alba con toda su alma; Alex es gay y es el mejor amigo de Alba y de Claudia; Fabio está enamorado de Alba, pero Claudia lo ama a él; Celina es la novia de el Gato, pero el padre de Alex cree que el Gato es el novio de su hijo, y esa idea hace que el muchacho empiece a plantearse dudas …
Y yo más en mi mundo que nadie; miraba a Alex, a Fabio, a Ángel… luego a Celina, a Tatiana, a Alba, a cada una de las chicas.
¿Veía tanta diferencia?
Sí, claro que sí, pero a la vez, no.
Pensaba, forzándome, en esas imágenes lésbicas que se ven a veces por Internet.
¡Qué caña!
Y pensaba también en lo contrario, en imágenes de chicos con chicos, hombres con hombres.
Oye, ¿asco? Pues… no.
Diría: qué caña, también, según qué imágenes.
Dios, ¿qué me pasa?
Yo creo que el padre de Alex me ha dado un bebedizo…
Los findes, la mayoría de los chicos del pueblo se juntan en el parque de los botellones, y allí ríen, beben, lloran, charlan, besan y observan. Después, unos se van a la discoteca y otros se pierden entren los árboles…
Él corrió detrás de ella.
-¿No vas a darme un beso?
-No tengo ganas –dijo Alba, tras una larguísima pausa.
-Aunque sea en la cara. Por favor… Estoy muy mal. Quisiera morirme…Por favor, Alba.
Alba no quería dárselo. No quería hacer nada que pudiera simbolizar que le perdonaba, pero la mirada de Ángel, suplicante, como un perrito apaleado y humilde, le mordió el corazón.
Era Ángel, su Ángel, su niño, el primero que le había hecho el amor, su príncipe azul, llevaban meses saliendo juntos. Se querían con locura, por Dios. Todo el mundo pierde los nervios alguna vez.
Había bebido dos litros de cerveza, tan deprisa. Habían discutido.
(Pues eso es lo peor)
Pero no discutían así, tanto y tan pesadamente, nunca. Y además, él sólo quería darle una colleja, casi como jugando, ¡ella le había dado montones de collejas a él!
Alba se puso de puntillas y le rozó apenas la boca, en un beso minúsculo.
Ángel, entre sus lágrimas, saboreó la sangre de sus labios.
Nunca supieron a cuál de los dos le dolió más.
Hasta que un día, Alba dice “basta”. Y Ángel dice “no, no basta. Nunca bastará”.
Y entonces, del mundo virtual en el que no todos son lo que dicen ser, surge Samuel…