Un Rayo en la Pradera es una historia de amor, verídica, que sucede en 1959, durante la invasión de China a Tíbet. Los protagonistas enfrentarán el dolor de ver caer su cultura milenaria y quebrarse. Shakya, Samye y Dusum, estudiantes del budismo, viven en esos turbulentos años el desafío moral de cumplir con su religión y su país, o entregarse a la rebeldía y las pasiones propias de su juventud. Esta novela muestra un estilo de vida único como el tibetano, pero también el conflicto desde adentro, los mismos acontecimientos que se repiten en la tierra de los hombres: la voracidad de los invasores, la intolerancia a las creencias de un pueblo, la confusión de los jóvenes protagonistas ante el momento histórico que les toca vivir, y la clara muestra de que las pasiones de nosotros, los seres humanos, son idénticas a cinco mil metros de altura. A través de los paisajes de la novela se muestra a Tíbet como la civilización que fue, con los estudios espirituales más avanzados del mundo, donde se explicaba por qué se nace una y otra vez en la rueda de la vida y se enseñaba a los monjes a desintegrar las emociones humanas para encontrar causas, efectos y cura. Tíbet fue, también, un pueblo de contrastes, donde los muertos se daban a los cuervos para que cumplieran el ciclo de la vida; era terreno de cebada y té, de mantequilla rancia, de monasterios y monjes, de pocos árboles, de excéntricas vestimentas, de muchos budas; ahí vivía gente de intenciones tan virtuosas, pero de defectos comunes. Era un universo de santos y eruditos, del nirvana, de monjes corruptos, de caballeros ornamentados y siervos pobres; territorio de yaks y del Everest, del Dalai Lama.
El palacio del Potala, de mil habitaciones y trece pisos de altura, es la atmósfera donde los chicos viven y descubren las pasiones y la fe. Al convertirme al budismo, hice muchos amigos tibetanos, algunos hijos de quienes salieron junto al Dalai Lama rumbo a su exilio en India, otros, apenas hace unos años lograron evadir a los francotiradores apostados en Lhasa. Todos tienen unas extraordinarias experiencias que contar, decidí comenzar por ésta.
El palacio del Potala, de mil habitaciones y trece pisos de altura, es la atmósfera donde los chicos viven y descubren las pasiones y la fe. Al convertirme al budismo, hice muchos amigos tibetanos, algunos hijos de quienes salieron junto al Dalai Lama rumbo a su exilio en India, otros, apenas hace unos años lograron evadir a los francotiradores apostados en Lhasa. Todos tienen unas extraordinarias experiencias que contar, decidí comenzar por ésta.