«Pedófilos crean un crowdfunding en la Deep Web para financiar la pornografía infantil», «Deep Web: drogas, armas, asesinos y aviones privados a la venta en la brutal red anónima», «Así compré drogas en la Darknet»...
Casi todos los titulares que leemos sobre la Deep Web nos invitan a permanecer lejos de ella: a su lado Mordor parece un cumpleaños. Ahora bien, ¿es realmente la Deep Web ese pozo de inmundicia del que tanto hemos oído hablar? Para averiguarlo, la periodista Lucía Lijtmaer bajó allí y resulta que lo primero que encontró fue... ¡sombra de ojos! A partir de ese instante empiezan las sospechas. A fin de cuentas, la Deep Web se parece bastante a aquel internet que conocimos en los noventa. Es decir una red no regulada por el todopoderoso Google.
Desde una enunciación gonzo y poco amiga del thriller (no esperen aquí a aquella Sandra Bullock de La Red, ni tampoco al FBI tumbando nuestros ordenadores), plantea un recorrido por la cara menos conocida de la Deep Web (aquella en la que NO hay drogas, ni armas, ni pedófilos) al tiempo que revisa algunos episodios emblemáticos del artivismo actual. Todo ello nos conducirá hacia una pregunta inevitable: ¿por qué tememos tanto a un internet no dominado por las grandes corporaciones?
Casi todos los titulares que leemos sobre la Deep Web nos invitan a permanecer lejos de ella: a su lado Mordor parece un cumpleaños. Ahora bien, ¿es realmente la Deep Web ese pozo de inmundicia del que tanto hemos oído hablar? Para averiguarlo, la periodista Lucía Lijtmaer bajó allí y resulta que lo primero que encontró fue... ¡sombra de ojos! A partir de ese instante empiezan las sospechas. A fin de cuentas, la Deep Web se parece bastante a aquel internet que conocimos en los noventa. Es decir una red no regulada por el todopoderoso Google.
Desde una enunciación gonzo y poco amiga del thriller (no esperen aquí a aquella Sandra Bullock de La Red, ni tampoco al FBI tumbando nuestros ordenadores), plantea un recorrido por la cara menos conocida de la Deep Web (aquella en la que NO hay drogas, ni armas, ni pedófilos) al tiempo que revisa algunos episodios emblemáticos del artivismo actual. Todo ello nos conducirá hacia una pregunta inevitable: ¿por qué tememos tanto a un internet no dominado por las grandes corporaciones?