Hasta el más revolucionario sucumbe a la seducción de verse en pantalla, aclamado por multitudes y adulado en campañas publicitarias que repiten incansablemente que son los líderes que la patria necesita. Los políticos actuales, en las últimas décadas, empezaron a dedicar más tiempo en comunicar que en gestionar y a invertir más dinero en medios que en escuelas. ¿Los ciudadanos? Los hay encantados de presenciar el espectáculo e inmunizados o fastidiados por la cantidad de mensajes que contrastan con sus realidades cotidianas. Nuestros dirigentes contemporáneos son hijos de la cultura pop: un estilo heredero de lo audiovisual, el entretenimiento, el culto a la celebridad. El melodrama como clave de la lucha política, la metáfora del superhéroe, el ritual del consumo están presentes en los argumentos mediáticos para lograr puntos de rating o, mejor dicho, legitimidad. Hemos pasado de líderes populistas a presidentes celebrities o telepresidentes. Audacia e inteligencia llevaron a Adriana Amado a analizar el paso a esta nueva forma de gobernar y representar a la que estamos asistiendo: la política pop.
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