La primera novela de Joseph Conrad nos abre una ventana a una sociedad cosmopolita establecida a orillas de un río de Borneo a finales del siglo XIX en un contexto colonial decadente.
Almayer, el codicioso comerciante holandés, obsesionado por la “montaña de oro” del interior de la isla y el regreso a una “civilización” europea que desconoce, cae víctima de un delirio que le impide ver su propia ruindad. La hija de un capitán pirata malayo, secuestrada en su juventud por los odiados europeos, entabla una alianza con los enemigos del hombre que ha tenido que aceptar por esposo; mientras Nina, desgarrada por las identidades irreconciliables de sus padres, es llevada a tomar partido. Añádanse: Babalachi, el vulgar asesino reconvertido en primer ministro maquiavélico; Tamina, la esclava en cuya monótona existencia irrumpen con inesperada violencia la pasión y los celos; Dain Marula, el príncipe y traficante balines que todo lo arriesga por el amor; y unas autoridades coloniales asfixiadas por un imperio inabarcable. Los pérfidos mercaderes árabes, el Rajá Lakamba y Jim-Eng, el opiómano chino, completan el cuadro. La ubicación del oro, el contrabando de pólvora, el amor y el poder político, sirven de motores a los distintos personajes, conectándolos en una densa trama en la que cada uno de ellos se verá enfrentado a su propia encrucijada.
Conrad inserta hábilmente la perspectiva de cada uno de ellos en la narración, prefigurando la antropología moderna con representaciones de salvajes sofisticados y de civilizados necios. Los conflictos de identidad y pertenencia se expresan en las ambiciones contrapuestas de unos personajes cargados de prejuicios que pugnan por imponer su propia narrativa en una lucha desesperada por encontrar su lugar en el mundo. La ironía de Conrad se extiende a la codicia materialista, y al amor romántico, que en última instancia al servicio de la vanidad. La plasticidad de unas descripciones cargadas de alegorías, anticipan lo que será un rasgo distintivo de la prosa conradiana: el uso del paralelismo entre los entornos físicos, la acción del relato y el comentario del autor sobre la naturaleza humana, de la que nos habla con una ligera sonrisa melancólica de trágica simpatía.
Almayer, el codicioso comerciante holandés, obsesionado por la “montaña de oro” del interior de la isla y el regreso a una “civilización” europea que desconoce, cae víctima de un delirio que le impide ver su propia ruindad. La hija de un capitán pirata malayo, secuestrada en su juventud por los odiados europeos, entabla una alianza con los enemigos del hombre que ha tenido que aceptar por esposo; mientras Nina, desgarrada por las identidades irreconciliables de sus padres, es llevada a tomar partido. Añádanse: Babalachi, el vulgar asesino reconvertido en primer ministro maquiavélico; Tamina, la esclava en cuya monótona existencia irrumpen con inesperada violencia la pasión y los celos; Dain Marula, el príncipe y traficante balines que todo lo arriesga por el amor; y unas autoridades coloniales asfixiadas por un imperio inabarcable. Los pérfidos mercaderes árabes, el Rajá Lakamba y Jim-Eng, el opiómano chino, completan el cuadro. La ubicación del oro, el contrabando de pólvora, el amor y el poder político, sirven de motores a los distintos personajes, conectándolos en una densa trama en la que cada uno de ellos se verá enfrentado a su propia encrucijada.
Conrad inserta hábilmente la perspectiva de cada uno de ellos en la narración, prefigurando la antropología moderna con representaciones de salvajes sofisticados y de civilizados necios. Los conflictos de identidad y pertenencia se expresan en las ambiciones contrapuestas de unos personajes cargados de prejuicios que pugnan por imponer su propia narrativa en una lucha desesperada por encontrar su lugar en el mundo. La ironía de Conrad se extiende a la codicia materialista, y al amor romántico, que en última instancia al servicio de la vanidad. La plasticidad de unas descripciones cargadas de alegorías, anticipan lo que será un rasgo distintivo de la prosa conradiana: el uso del paralelismo entre los entornos físicos, la acción del relato y el comentario del autor sobre la naturaleza humana, de la que nos habla con una ligera sonrisa melancólica de trágica simpatía.