Escribir ficción es un desafío. Es una construcción; la instauración de un universo donde se cuenta una historia, se definen personajes, se trazan objetivos y se deciden los aspectos formales que se utilizarán para cumplirlos. Existen, en ese momento del proceso creativo, elementos de concepción estructural que remiten a la misma idea: un mundo simbólico que recrea, transforma o rechaza la realidad para convencer, emocionar y/o entretener a un receptor.
En esa argumentación hablar de cine es, casi por contrato, hablar de literatura. Y hoy en día, hablar de literatura es remitirnos a algunas de las mejores ideas del cine. Literatura y cine son dos eslabones fundamentales del tren emocional que es la ficción y que viaja a un mismo destino.
En el presente trabajo H. G. Quintana, adoptando un punto de vista muy cercano al del novelista, presenta una visión original de cómo el cine ha logrado integrar herramientas de la literatura a través del uso de numerosas técnicas literarias y que convierten este texto en un manual imprescindible del aprendizaje de la escritura en un mundo impregnado por la imagen audiovisual.
En esa argumentación hablar de cine es, casi por contrato, hablar de literatura. Y hoy en día, hablar de literatura es remitirnos a algunas de las mejores ideas del cine. Literatura y cine son dos eslabones fundamentales del tren emocional que es la ficción y que viaja a un mismo destino.
En el presente trabajo H. G. Quintana, adoptando un punto de vista muy cercano al del novelista, presenta una visión original de cómo el cine ha logrado integrar herramientas de la literatura a través del uso de numerosas técnicas literarias y que convierten este texto en un manual imprescindible del aprendizaje de la escritura en un mundo impregnado por la imagen audiovisual.