De una novela titulada Padres e hijos puede esperarse, por supuesto, un conflicto generacional, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que está a punto de desaparecer y lo que está a punto de venir… y más en la Rusia que ve acercarse inevitablemente −con la liberación de los siervos− el fin de una época. Lo que quizá no sea tan esperable es que, en este conflicto, quienes tengan el poder, quienes impongan, a veces tiránicamente, sus condiciones, sean los hijos… frente a unos padres cansados pero amantísimos, deseosos de pasar el relevo con una entrega que roza el servilismo. Turguénev coloca justo en el centro de este mundo frágil a uno de los héroes clave de la literatura rusa y universal, el estudiante de medicina Bazárov –un «hipster nihilista», según el joven novelista norteamericano Gary Shteyngart−, que, no siendo todavía médico, ya descree de la medicina: es más, si no cree en sus padres, aún cree menos en su propia generación. Dotado de una energía prodigiosa para el sarcasmo, la negación y la paradoja, y de un carisma que seduce a la vez que aleja a todo el mundo, este personaje descomunal pone a prueba de una patada el sistema estamental, el orden caballeresco, el ideario filosófico y la red de afectos en que se sustenta la sociedad de su tiempo… e incluso desafía, en sí mismo, cómo no, al amor…
Padres e hijos (1862) fue la obra más polémica de su autor. Le ganó enemigos en el bando de sus amigos y amigos en el de sus enemigos. Por su complejidad no es difícil adivinar por qué.