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    En la eternidad del instante. Haikús de Matsuo Basho.

    Por Matsuo Basho

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    Basho nació en Matsuo Kinsaku alrededor del año 1644, en algún lugar cerca de Ueno, en la provincia de Iga. Su padre tal vez fue un samurái de bajo rango, lo que pudo haber animado a Basho a emprender una carrera militar sin mucha oportunidad de relieve. Sus biógrafos siempre han dicho que trabajó como cocinero. Sin embargo, en su niñez fue sirviente de Todo Yoshitada, con quien compartió el amor por las formas de haikú y el renga, una forma de composición colectiva de poemas. La secuencia de un renga se iniciaba con versos que seguían el patrón de 5-7-5 sílabas; hay que advertir que esta cantidad silábica es fija en la lengua japonesa. Intentar ajustarla a la lengua española resulta algo grotesco debido a la diferencia de la estructura silábica en ambas lenguas; a este patrón de versificación se le llamó primero hokku, más tarde se le rebautizaría como haikú cuando se le utilizó como una unidad y no como parte de una secuencia de versos. Basho y Yoshitada se inventaron sus seudónimos, así Basho se pasó a llamar Sobo, que se derivaba, según una pauta de lectura llamada on’yomi, de su nombre samurái Matsuo Munefusa. En 1662 apareció su primer poema; en 1665 Basho y Yoshitada escribieron, en compañía de varios conocidos, un renga de cien versos.
    La repentina muerte, en 1666, de Yoshitada, puso fin a la tranquila vida de sirviente de Basho. No hay testimonios documentales de qué hizo Basho en esa época, pero se cree que olvidó su pretensión de obtener el estatus de samurái y abandonó su hogar. Sus biógrafos han sugerido varias razones sobre su comportamiento y lugares de destino, que incluyen una posible relación amorosa entre Basho y Shinto miko, llamada Jutei, que tiene pocas probabilidades de que haya sucedido. Las referencias de Basho a esta época son vagas. Mencionó que en alguna ocasión quiso “desempeñar un cargo oficial relacionado con la tenencia de la tierra”, y que “hubo un tiempo en que estuve fascinado con las formas del amor homosexual”, pero no hay pruebas de si se refería a una obsesión real o a un ejercicio de ficción. No estaba seguro si quería convertirse en un poeta de tiempo completo; según sus palabras, “esas disyuntivas combatían en mi cerebro y hacían que mi vida fuera intranquila”. Sus indecisiones tal vez se originaron por el relativo bajo status del que gozaban las formas del renga y el haiku, a las que se les consideraba producto más de actividades sociales que de un serio compromiso artístico. De cualquier forma, sus poemas siguieron apareciendo en antologías publicadas en 1667, 1669 y 1671, y publicó también su propia recopilación de obras de él y otros autores de la escuela Teitoku, en 1672. En la primavera de ese año se mudó a Edo para continuar con sus estudios de poesía.
    Al regresar a Edo, en el invierno de 1691, Basho vivió en su tercera choza, una vez más proporcionada por sus discípulos. En esa ocasión no estaba solo. Se hizo cargo de su sobrino y de la esposa de su amigo, Jutei, que se recuperaba de una enfermedad. Recibía constantemente visitas.
    Basho siguió viviendo con desasosiego. Escribió a un amigo que “perturbado por los demás, mi pensamiento no está tranquilo”. Se ganó la vida enseñando y frecuentaba reuniones de haikai hasta agosto de 1693, cuando cerró la puerta de su choza y se negó a recibir visitas durante un mes. Finalmente, se apaciguó después de adoptar el principio de karumi o “levedad”, una actitud budista semi filosófica que acepta el mundanal ruido en lugar de alejarse de él. Basho abandonó Edo por última ocasión en el verano de 1694, pasando algunas temporadas en Ueno y Kyoto antes de establecerse en Osaka. Lo afectó una enfermedad estomacal y murió tranquilamente rodeado de sus discípulos. Aunque no compuso ningún epitafio, su último poema escrito durante su letal enfermedad, es considerado generalmente como el de su despedida:

    Al sentirme enfermo durante el viaje
    Mis sueños vagaron
    Sobre un campo de yerba seca
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