«Hermida Editores publica el primer tomo de La comedia humana, en la elogiada traducción de Aurelio Garzón del Camino. Edición según el orden de la edición canónica establecida por Charles Furne»
Luis Fernando Moreno Claros, Babelia
En este cuarto volumen de La Comedia humana, penúltimo del subcicloEscenas de la vida privada, Balzac, el genio demónico —como lo definió Zweig— y desbordante de la letras francesas, nos sigue diseccionando la sociedad de su tiempo con un genio tocado por lo trágico en las novelas que componen este volumen, entre las que destacan El Coronel Chabert yBeatriz.
Componen el volumen Beatriz, El Coronel Chabert, Honorina, La interdicción y Una hija de Eva. Aquí volvemos a reencontrarnos a sus personajes, sus obsesiones, sus sueños y anhelos. Balzac, en su intento de resucitar todas las artes y las ciencias anteriores y coetáneas a él, vuelve a deslumbrarnos con su prosa, su frenética escritura y un psicoanálisis de la sociedad de su tiempo.
Balzac nos sigue encandilando con su legado, porque como ya demostró en anteriores volúmenes, no hay detalle que pase desapercibido a su excesiva inteligencia, a sus alucinaciones imaginarias mientras escribe atado a su mesa, o con el recuerdo aún fresco de algún que otro negocio fallido. Es un gran moralista aunque modesto: da normas morales, aun sin querer, ni parecer darlas.
Luis Fernando Moreno Claros, Babelia
En este cuarto volumen de La Comedia humana, penúltimo del subcicloEscenas de la vida privada, Balzac, el genio demónico —como lo definió Zweig— y desbordante de la letras francesas, nos sigue diseccionando la sociedad de su tiempo con un genio tocado por lo trágico en las novelas que componen este volumen, entre las que destacan El Coronel Chabert yBeatriz.
Componen el volumen Beatriz, El Coronel Chabert, Honorina, La interdicción y Una hija de Eva. Aquí volvemos a reencontrarnos a sus personajes, sus obsesiones, sus sueños y anhelos. Balzac, en su intento de resucitar todas las artes y las ciencias anteriores y coetáneas a él, vuelve a deslumbrarnos con su prosa, su frenética escritura y un psicoanálisis de la sociedad de su tiempo.
Balzac nos sigue encandilando con su legado, porque como ya demostró en anteriores volúmenes, no hay detalle que pase desapercibido a su excesiva inteligencia, a sus alucinaciones imaginarias mientras escribe atado a su mesa, o con el recuerdo aún fresco de algún que otro negocio fallido. Es un gran moralista aunque modesto: da normas morales, aun sin querer, ni parecer darlas.