La época de lluvia está en su esplendor. Huele a tierra húmeda junto a los vientos de la playa del pueblo de origen de Julián que está llena de botes de la pesca confundida con los murmullos de un cantar bien oriental de identificar a su pueblo Río Caribe con la algarabía. El alcatraz se aprovecha de los peces que flotan en la superficie de las olas cercanas a la orilla ante la mirada de la gente que compra el pescado fresco del día en los botes recostados en la arena. Julián se entremezcla entre ellos y conversa con los recuerdos, con caras conocidas y extrañas que rozan su mirada. Se aleja con pasos cortos por la orilla del mar, humedeciendo sus pies con el agua salada de mar. Mira hacia el horizonte, interrumpiéndole la vista el brote de la tierra en promontorio del “Morro de Puerto Santo” con un faro de alumbrar la pesca. No dura muchos días en su lugarejo, aldea villorrio, poblado o pueblo con apenas un fin de semana, devolviéndose en autobús hacia la capital, acostumbrado en dejar transcurrir la noche hasta llegar bien temprano, al día siguiente, en el Terminal de pasajeros. De nuevo en Caracas.
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