Muy probablemente, uno de los grandes obstáculos para entender el continente negro es que el Africa atrox siempre se ha querido contrarrestar con su opuesto, un Africa felix igualmente sectaria. Así, todo un continente acaba reducido a una opción binaria: la foto del niño que llora o la del niño que ríe, el África de los cooperantes o la de los turistas. Desde este punto de vista, la opción del libro que tiene en las manos nos parece la más oportuna y, sobre todo, la más rica. Ni se afirman ni se niegan estas dos Áfricas bipolares, sencillamente se ignoran. Y una vez rascamos la superficie, lo que parece es una riqueza de paisajes que roza el infinito. La literatura científica es nuestro gran aliado a la hora de proclamar la inmensidad de retóricas que esconde África. [.] todas estas historias fascinan por su pluralidad, y nos consta que sólo son una fracción infinitesimal de los recursos narrativos que el continente esconde [.] son tan exóticas -en el sentido más intelectual del término- y tan atractivas, que quizá sean el único instrumento por ensanchar la imagen de África y atraer nuevos intereses.
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