“¡Qué maravilloso sería convertirse en una institutriz! Salir al mundo...ganar mi propio sustento... ¡Enseñar a madurar a los jóvenes!” Éste es el sueño de la hija de un modesto vicario, un ideal de independencia económica y personal, y de entrega a una noble tarea como la educación. Una vez cumplido, sin embargo, los personajes de este sueño se revelan más bien como monstruos de pesadilla: niños brutales, jovencitas intrigantes y casquivanas, padres grotescos, madres mezquinas e indulgentes...y en medio de todo ello la joven soñadora, tratada poco menos que como una criada. Agnes Grey (1847), primera novela de Anne Brontë, es una árida revelación basada en experiencias autobiográficas del precario status, material y moral, de una institutriz victoriana; y constituye a la vez un relato íntimo, casi secreto, de amor y humillación, en el que el “yo más severo” y el “yo más vulnerable” sostiene una dramática batalla bajo lo que la propia heroína define como el “sombrío tinte del mundo inferior, mi propio mundo”.
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