Uno de los entretenimientos favoritos del autor consiste en pasear por su nutrida biblioteca leyendo los lomos de los libros e intentando recordar lo que está escrito en cada volumen, ejercicio gratificante que le refresca la memoria y le hace volver al tiempo pasado. En estas incursiones suele encontrar a algún autor injustamente olvidado, lo cual le da pie para coger el libro y releerlo, y escribir a continuación un breve artículo sobre él. Estos reencuentros quiere Carlos compartirlos hoy con nosotros. Y ahí lo tenemos, a la caída de la tarde, tomando el té en compañía de una u otra presencia fantasmal que llega hasta nosotros envuelta en la nostalgia y la palabra. Y son sus escritos una meditación que surge sin adornos ni fingimientos, un diálogo con el lector, al que seduce y con quien comparte su veterana reflexión sobre las realidades cotidianas: la prisa, la conducta vandálica, la soledad del enseñante o la Dirección General de Incomodidades e Inconvenientes, y también el calor de las antiguas ventas, el elogio de la elegancia o la agonía de la ciudad.
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